La mente quieta, la mente sencilla
Cuando estamos conscientes de nosotros mismos, ¿no es todo el movimiento del vivir, un modo de dejar al descubierto el «yo», el ego? El «yo; el «sí mismo», es un proceso muy complejo que puede ser descubierto solamente en la relación, en nuestras actividades cotidianas, en la manera como hablamos, como juzgamos, como calculamos, como censuramos a otros y a nosotros mismos. Todo eso revela el estado condicionado de nuestro propio pensar. ¿No es importante, pues, darnos cuenta de todo este proceso?
Sólo mediante la percepción; de instante en instante y de lo que es verdadero, existe el descubrimiento de lo intemporal y de lo eterno. Sin conocimiento propio, no podemos dar con lo eterno. Cuando no nos conocemos a nosotros mismos; lo eterno se vuelve una mera palabra, un símbolo, una especulación, un dogma, una creencia, una ilusión por medio de la cual la mente puede escapar.
Pero si uno empieza a comprender el «yo»; en todas sus diversas actividades cotidianas, entonces, por obra de esa comprensión misma y sin que haya esfuerzo alguno, surge a la existencia lo innominado y lo intemporal. Pero lo intemporal no es una recompensa por el conocimiento propio. No se puede tratar de obtener lo eterno; pues la mente, no puede adquirirlo. Se manifiesta a sí mismo, sólo cuando la mente está quieta; y la mente puede estar quieta únicamente cuando es sencilla, cuando ya no acumula, ni condena, ni juzga y tampoco sopesa. Sólo la mente sencilla puede comprender lo real; no así la mente repleta de palabras, de conocimientos y de informaciones. La mente que analiza y que calcula, no es una mente sencilla.