La imagen de Jesús como rey no deja de generar cierta ambigüedad. En el imaginario colectivo no está suficientemente prestigiada la figura de los monarcas. Historias de abusos, violencia y privilegio manchan la reputación de esa forma de gobierno.
La persona de Jesús supera con creces esa y otras modalidades de mando. La razón es simple, El no quiso disponer del poder político porque sabía que éste se conseguía a base de violencia y engaño.
Como testigo de la Verdad que era, no iba a entrar en ese juego sucio de las alianzas y las luchas por el poder. Jesús puede ser considerado como rey, por el ejercicio auténtico de la autoridad. Él disponía de la autoridad derivada de la íntima cercanía con su Padre.
Se acreditaba además por la congruencia de su vida y por su disponibilidad para el servicio, por su defensa de los débiles y su cercanía a todos los excluidos.
Los cristianos que viven de esa manera su fe, son testigos de que la realeza de Jesús no es de este mundo, porque no recurre a los mecanismos mentirosos de la clase política que, manipula y engaña con tal de conseguir el poder.