"Salmo del anciano solo"
"Arrugado como una hoja seca, aquí estoy, Señor.
Con la sandalia gastada y rota del camino.
Vengo ante ti, mi Señor Jesús, Señor de la Vida,
buscando en mi soledad un poco de cariño.
He dejado mis cosas, mi equipaje,
mi casa en las manos frías y extrañas de mis hijos.
He dejado mi vida hecha jirones,
derramada en sangre en las vidas,
sin vida, sin entrañas, de unos espinos.
Aquí estoy, desnudo como el árbol de otoño,
despojado con las manos abiertas y el corazón dolorido.
Tengo vergüenza, Señor, de levantar la mirada
y de encontrarme con los ojos de un desconocido.
Desconocidos son mis hijos,
ahora que ya no valgo para llenar sus arcas
con ropas del mejor lino.
Tengo vergüenza de decir que yo estorbo en casa,
y que mi casa es un trozo de pan y un trago de vino.
Vergüenza de llegar a cualquier sitio, vagando y solo,
en busca de otro hogar, en busca de un asilo.
Me han echado de casa los que en casa crecieron.
Me han cerrado la puerta cuando la puerta era el sitio
donde yo esperaba la hora de la llegada cada noche,
para acoger con calor al que traía en sus alas frío.
Me han echado de casa como un trasto que ya no sirve,
y me siento llevado y traído por las aguas del río.
Me han echado de casa y han cortado
de mi árbol las raíces,
y mis ramas se van secando al golpe del cuchillo.
Me han echado de casa porque soy extraño
y ya no valgo para aguantar el roble que está caído.
Tú sabes, Señor Jesús, mis días duros de trabajo.
Tú sabes, Señor Jesús, mis luchas por abrir camino.
Tú sabes el sudor y las lágrimas que compartimos solos,
ella y yo, sin más riqueza que el amor entretejido.
Si estuviera ella, no estaría solo,
¡solo! Si estuviera ella, Señor,
mi playa estaría inundada de cariño...".
¡Cuánta amargura en el corazón de un anciano!
Los hijos, sobre todo, son quienes debieran
tener a mano esta plegaria.
Emilio Mazariegos
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