La paz no se hace en las mesas de negociaciones ni con tratados, sino en los corazones de los hombres.
Cuando Cristo es Señor de la mente, la paz es Señora del día.
La paz de Dios sobrepasa todo entendimiento y malentendido.
Si no tenemos paz en nuestras almas, el consuelo ajeno no nos hará más bien que una zapatilla de oro a un pie gotoso.
La paz no es la ausencia de conflictos, sino la presencia de Dios, sea cual sea el conflicto.