Algunos de nosotros somos complacientes de nacimiento y por naturaleza. Damos lo
que sea necesario con la esperanza de hacer felices a otras personas.
Pero si la meta de nuestro compartir es hacer a otros felices, ¿Qué ocurrirá si no lo
son? Corremos el riesgo de caer en las dudas, la depresión y cualquier otra forma
de negatividad.
La verdadera razón por la que deberíamos dar a otros es porque es para nuestro
beneficio. Formamos una imagen fiel de las fuerzas de compartir y amar infinitas
que resuenan a través del universo.