Te acuerdas, Señor, de aquel tiempo en el que no había dogmas ni credos y en el que el rostro era la expresión de la fe?
¿Te acuerdas, Señor, de aquel tiempo en el que nos contabas hermosas parábolas para descubrirnos y enseñarnos cómo es él?
¿Te acuerdas, Señor, de aquel tiempo en el que el diálogo y la libertad eran caminos necesarios para adentrarnos en la verdadera fe?
¿Te acuerdas, Señor, de aquel tiempo en el que tu mandato resonaba como novedad y dejaba marca y gozo en todo nuestro ser?
¿Te acuerdas, Señor, de este tiempo con tantas contradicciones y tareas pendientes, pero que sigue siendo el tuyo, el nuestro, el de él?
¿Os acordáis, amigos, de aquel tiempo en el que la única norma y mandato era “amaos como yo os he amado”?