Santos y sabios, pensadores y filósofos, sacerdotes e investigadores
científicos han tratado, durante siglos, de comprender la naturaleza enigmática del
alma humana. Y descubrieron que el hombre es un ser paradójico, capaz de
descender a los más profundos abismos de maldad e igualmente capaz de subir
hasta las cumbres más sublimes de nobleza. Descubrieron dos criaturas dentro de
su pecho: una relacionada con los demonios, la otra con los ángeles. El hombre está
tan admirablemente constituido que puede desarrollar en su naturaleza, por igual,
tanto lo que es más admirable como lo que más de reprensible hay en la vida.
¿Somos simples trozos de materia animada? ¿No tiene el hombre un origen
más elevado que el de la carne?
¿0 somos entidades espirituales, que salimos brillantes y radiantes del seno
de Dios, y que estamos alojadas y limitadas temporalmente en nuestros cuerpos?
¿ Somos muchos creen, nada más que simios mejor dotados, ex monos con
feos rasgos que revelan nuestra ascendencia, o somos, como suponen los menos,
ángeles degenerados? ¿Vamos a ser las desvalidas presas del tiempo? ¿Es que sólo
estamos destinados a ocupar un espacio muy breve, un oscuro rincón en la tierra,
para desaparecer después?
“Cuando miro a mi alrededor, en todos lados veo disputas contradicción,
distracción. Cuando vuelvo los ojos hacia el fondo de mí, sólo veo duda e
ignorancia. ¿Qué soy? ¿De dónde proviene mi existencia? ¿A qué condición deberá
regresar? Estoy confundido ante esos interrogantes. Empiezo a imaginarme
rodeado de la más profunda oscuridad por todos lados”, escribió el escéptico
pensador escocés, David Hume.
¿Es posible para nosotros encontrar las respuestas exactas a estas inquietante
cuestiones? El hombre lanza tales preguntas al rostro de la vida y espera... espera...
pero no halla respuesta hasta que baja al fondo de la tumba. Sin embargo, los dioses
han concedido inteligencia al hombre, facultad que le permite descubrir la verdad
sobre su propio ser, aunque pueda fracasar al enfrentar el gran enigma del universo.
Tales son los enigmas vitales que han intrigado a los sabios de sesenta
generaciones y que intrigarán a muchas más. Las mentes más inteligentes, las
plumas más capaces y los labios más elocuentes se han ocupado de estos oscuros
enigmas; pero la humanidad busca todavía a tientas las respuestas.
El hombre —una figura vacilante y desesperada— marcha tambaleante por
los yermos del mundo y ríe cínicamente ante el nombre de Dios. Pero la
desesperación es la castigada hija de la ignorancia.
Dios ha impuesto un trozo de luz verdadera en el corazón de cada niño que
nace, pero esa luz debe ser develada. La hemos envuelto con las oscuras envolturas
que nos ciegan, y debemos descubrirla. Ningún clamor que surge desde las
profundidades de un corazón sincero se da en vano, y si la Plegaria es justa, la
responderá el dios que hay en el propio corazón.
El hombre común estira sus tentáculos hacia la Vida, buscando algo que no
entiende del todo. Apenas sabe que cuando comience a aplicar su inteligencia a la
solución de su propio problema —él mismo—, automáticamente los problemas
paralelos de Dios, la Vida, el Alma, la Felicidad, y demás, serán resueltos.
(Paul Brunton - El Sendero Secreto)