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A tus pies, Señor…
Cuando vengas, mi Señor, cuando tú vengas,
toda rodilla ha de doblarse en tu presencia…
cuando ya la ira divina no contengas,
abarcará al universo tu sentencia.
En este mundo vestido de arrogancia,
muchos te creen pueril leyenda urbana;
consideran el cielo una distancia
que será sometida en un mañana.
En este andar por caminos turbulentos
te fallé en la lealtad, fe y esperanza;
sí, me acordé de ti… esporádicos momentos;
de la maldad no advertí necia acechanza.
Es tal mi pequeñez, tal mi ignorancia
que aun buscándote tu cercanía no siento;
nublan mi alma confusiones e inconstancia,
vagando a veces sin rumbo como el viento.
Extraviada en laberintos de preguntas
tergiversadas verdades desalientan;
a veces siento que tu rostro me ocultas,
pero son viejos fantasmas que amedrentan.
¡Tanto tiempo de búsqueda incesante,
cuántos cielos creyó atrapar mi mano!,
al final el corazón agonizante
veía tornarse el oasis más lejano.
No comprendía que era a ti a quien buscaba;
el vivo amor que nada pide y lo da todo,
mas has quitado la venda que cegaba,
¡arranca las espinas, limpia el lodo!
Hoy sé que amor no es una tibia cama,
ni el abrazo que trae la nueva aurora…
amar es fuego, una divina llama
que envuelve el alma toda y la devora.
Hoy mi única verdad es que eres cierto,
que muchas veces logré encontrar tu puerta;
que fue por todos tu llanto en aquel huerto;
insensata me alejé y quedé desierta.
No sopeses de mi fe el bamboleo,
es fuerte si me llevas de tu mano;
en mi defensa arguyo que en ti creo
como único Señor y Soberano
Perdona mi arrogancia, el vano orgullo;
tan solo soy arcilla, tú alfarero,
soy frágil mariposa, tú el capullo,
y nunca supe ver que eras primero.
Pero sé que tu amor es infinito,
que no hay medida humana en tu bondad;
llegue hasta ti el reverente grito
que implora por tu paz y tu piedad.
Sé que no es tarde, mi espíritu es eterno;
cuando llegue el día de mi partida
envuélvelo en tu fuego sempiterno,
haz tuya mi alma a tus pies rendida.
Cuando mi cuerpo se funda con la tierra
con tu sangre cubre mi alma eternamente;
y en el final de esta agobiante guerra
vístela cual rubí resplandeciente.