Desde los tiempos primitivos, el hombre ha venerado al fuego sobre todos los demás elementos. Hasta el
salvaje más inculto parece reconocer en la llama algo que se asemeja estrechamente al volátil fuego que arde
en su propia alma. La misteriosa, vibrante, radiante energía del fuego que estaba más allá de su capacidad de
análisis; pero, sin embargo, sentía su poder. El hecho de que durante las tormentas el fuego descendía en
rayos poderosos desde el cielo, abatiendo árboles y causando destrucción, hizo que los hombres primitivos
reconocieran en su furia la ira de los dioses. Luego, cuando el hombre personificó los elementos y creó los
numerosos Panteones que ahora existen, colocó en manos de la Suprema Deidad la antorcha, el rayo o la
espada flamígera, y sobre su cabeza una corona, cuyas puntas doradas simbolizaban los flamígeros rayos del
Sol. Los místicos han descubierto que la adoración del Sol se remonta a la primitiva Lemuria, y la del fuego, a
los orígenes de la raza humana. En verdad, el elemento fuego controla hasta cierto punto los reinos animal y
vegetal, y es el único elemento que puede subyugar a los metales. Consciente o instintivamente, todo ser
viviente honra al astro del día. El mirasol siempre tiende a dar frente al disco solar. Los Atlantes eran
adoradores del Sol, mientras que los indios americanos (restos del antiguo pueblo Atlante) todavía consideran
al Sol como representante del Supremo Dador de Luz. Muchos pueblos primitivos creían que el Sol era más
bien reflector que fuente de luz, como lo prueba el hecho de que frecuentemente representaban gráficamente
al Dios-Sol llevando al brazo un escudo de metal muy bruñido, en el cual estaba cincelada la faz solar. Este
escudo retenía la luz del Infinito, reflejándola a todos los lugares del universo. Durante el año, el Sol pasa a
través de las doce casas de los cielos, donde, como Hércules, realiza doce labores. La muerte y la
resurrección anual del Sol ha sido un tema favorito en innumerables religiones. Los nombres de casi todos los
grandes Dioses y Salvadores han estado asociados con el elemento fuego, la luz solar o su correlativa la
mística y espiritual luz invisible. Júpiter, Apolo, Hermes, Mitra, Baco, Dionisio, Odín, Buddha, Krishna,
Zoroastro, Fo-Hi, Iao, Vishnu, Shiva, Agni, Balder, Híram Abiff, Moisés, Sansón, Jasón, Vulcano, Urano, Alá,
Osiris, Ra, Bel, Baal, Nebo, Serapis y el rey Salomón son algunas de las numerosas deidades y superhombres
cuyos atributos simbólicos derivan de las manifestaciones del poder solar y cuyos nombres indican su relación
con la luz y el fuego.
De acuerdo con los Misterios Griegos, los dioses, contemplando el mundo desde el monte Olimpo, se
arrepintieron de haber creado al hombre, y no habiéndole dado nunca a ese ser primitivo un espíritu inmortal,
decidieron que nada se perdería si esos disconformes, pendencieros e ingratos humanos fueran
completamente destruidos, dejando vacante el lugar que ocupaban para una raza más noble. Pero, al
descubrir los planes de los dioses, Prometeo, que encerraba en su corazón un gran amor por la luchadora
humanidad, decidió traer al hombre el fuego divino que haría a la raza humana inmortal, de tal forma que ni
los dioses podrían destruirla. Así Prometeo voló hacia el hogar del Dios-Sol, y encendiendo una pequeña caña
en el fuego solar, la trajo a los hijos de la Tierra, previniéndoles que el fuego debería ser siempre usado para
la glorificación de los dioses y el desinteresado servicio de unos a otros. Pero los hombres fueron irreflexivos y
egoístas. Tomaron el fuego divino que les había traído Prometeo y lo emplearon para destruirse unos a otros.
Incendiaron las casas de sus enemigos y, con la ayuda del calor, templaron el acero para hacer espadas y
armaduras. Se volvieron más egoístas y arrogantes, y desafiaron a los dioses, pero ellos no podían ahora ser
destruidos, porque poseían el fuego sagrado. Por su desobediencia, Prometeo (igual que Lucifer) fue
encadenado, pero al héroe griego se lo puso en la cima del monte Cáucaso, donde debía soportar a un buitre
que le picoteara el hígado hasta que un ser humano lograra dominar el fuego sagrado y se hiciera perfecto.
Esta profecía la cumplió Hércules, que ascendió al Cáucaso, rompió los grilletes de Prometeo y libertó al
amigo del hombre que había estado sometido al tormento por larguísimo tiempo. Hércules representa al
iniciado, que, como su nombre lo indica, participa de la gloria de la luz. Prometeo es el vehículo de la energía
solar. El fuego divino que trajo a los hombres es una esencia mística en su propia naturaleza, que deben
regenerar y redimir si quieren liberar de la roca de sus bajas naturalezas físicas, a sus propias almas
crucificadas.
De acuerdo con la filosofía oculta, el Sol es en realidad un astro de triple manifestación, siendo dos partes de
su naturaleza invisibles. El globo que vemos es meramente la fase más baja de la naturaleza solar y es el
cuerpo del Demiurgo o, como la denominan los judíos, Jehová, y los brahmanes, Shiva. Como el Sol está
simbolizado por un triángulo equilátero, se dice que los tres poderes del disco solar son iguales. Las tres fases
del Sol son llamadas: Voluntad, Sabiduría y Acción. La Voluntad está relacionada con el principio de vida, la
Sabiduría con el de la luz, y la Acción o Fricción, con el principio del calor. Por la Voluntad fueron creados los
cielos, y la vida eterna continúa en suprema existencia: por la Acción, la fricción y el esfuerzo fue formada la
Tierra, y el universo físico modelado por los “Señores del Fuego" pasó gradualmente del estado de fusión a su
más ordenada condición actual.
Así se formaron los cielos y la Tierra, pero entre ambos había un gran vacío, porque Dios no comprendía a
la Naturaleza y la Naturaleza no comprendía a la Deidad. La falta de intercambio entre estas dos esferas de
conciencia era similar al estado de parálisis en que la conciencia reconoce la condición del cuerpo, pero,
debido a la falta de conexión nerviosa, es incapaz de gobernar o dirigir las actividades corporales. Por lo tanto,
entre la vida y la acción vino un mediador, que fue llamado Luz o Inteligencia. La Luz participa tanto de la vida
como de la acción: es la esfera de unión. La Inteligencia ocupó el espacio entre el cielo y la Tierra; por su
intermedio el hombre supo de la existencia de su Dios, y Dios comenzó a subvenir a las necesidades de los
hombres. Mientras la vida y la acción eran simples substancias, la luz era un compuesto, porque la parte
invisible de la luz era de la naturaleza del cielo, y la visible, de la naturaleza de la Tierra. A través de las
edades se dice que esta luz estuvo corporizándose. Aunque estos cuerpos testimonian esa luz, la gran verdad
espiritual tras ese símbolo de luz corporizada, es que en el alma de toda criatura dentro de cuya mente nace la
inteligencia, mora un espíritu que asume la naturaleza de esta inteligencia. Todo hombre o mujer
verdaderamente inteligente que está trabajando para difundir la luz en el mundo es Cristianado o Iluminado por
la labor misma que está tratando de realizar. El hecho de que la luz (inteligencia) participe a la vez de las
naturalezas de Dios y de la Tierra es probado por los hombres dados a las personificaciones de esta luz,
porque unas veces son llamados los “Hijos del Hombre” y otras los “Hijos de Dios”.
Al iniciado en los Misterios se le enseñaba siempre la existencia de tres soles, el primero de los cuales - el
vehículo de Dios-Padre iluminaba y fervorizaba su espíritu; el segundo - el vehículo de Dios-Hijo - desarrollaba
y expandía su mente; y el tercero - el vehículo de Dios-Espíritu Santo - nutría y fortalecía su cuerpo. La luz no
es solamente un elemento físico, sino también mental y espiritual, y se enseñaba al discípulo en el templo a
reverenciar al Sol invisible mucho más que al visible, porque toda cosa visible es sólo el efecto de lo invisible
o causal, y como Dios es la Causa de todas las Causas, É1 mora en el Mundo invisible de la Causación.
Apuleyo, cuando fue iniciado en los Misterios, vio el Sol brillando a medianoche, ya que las cámaras del
templo estaban brillantemente iluminadas, aunque no había en ellas lámpara alguna. El Sol invisible no está
limitado por las paredes ni siquiera por la superficie misma de la Tierra, porque siendo sus rayos de intensidad
vibratoria más elevada que la substancia física, su luz pasa sin obstáculos a través de todos los planos de la
substancia material. Para aquéllos capaces de ver la luz de estos astros espirituales no hay obscuridad,
porque están en presencia de la luz infinita, y a medianoche pueden ver el Sol brillando bajo sus pies.
Mediante una de las perdidas artes de la antigüedad, los sacerdotes del templo podían fabricar lámparas que
ardían por siglos sin que se necesitara alimentarlas. Esas lámparas se parecían a las llamadas “lámparas
virginales”, o sea las llevadas por las Vírgenes Vestales. Eran algo más pequeñas que la mano humana y,
según documentos que se conservan, sus mechas eran de amianto. Se ha sostenido que estas lámparas
ardieron durante mil o más años. Una de ellas fue encontrada en la tumba de Christian Rosencreutz, la cual
había estado encendida 120 años sin que su provisión de combustible pareciera haber disminuido. Se supone
que estas lámparas, (las cuales, incidentalmente, ardían en urnas herméticamente selladas, sin ayuda del
oxígeno) estaban constituidas en tal forma que el calor de la llama extraía de la atmósfera alguna substancia
que reemplazaba al combustible original tan pronto como el misterioso aceite se consumía.
Hargrave Jennings ha coleccionado numerosas referencias respecto a las épocas y lugares en que se
encontraron esas lámparas. En la mayoría de los casos, sin embargo, se apagaron tan pronto como fueron
sacadas de sus urnas o si no se rompían en forma misteriosa, de manera que nunca se pudo descubrir su
secreto. Con respecto a estas lámparas, el señor Jennings escribe: “Se afirma que los romanos mantuvieron
lámparas en sus sepulcros durante edades por medio de la oleaginosidad del oro (y aquí entra el arte de los
Rosacruces), convertido por medios herméticos en una substancia líquida; y se cuenta que al ser disueltos
monasterios, en el tiempo de Enrique VIII, fue encontrada una lámpara que había estado ardiendo en una
tumba aproximadamente desde el siglo III después de Jesucristo, o sea cerca de mil doscientos años. Dos de
estas lámparas subterráneas pueden verse en el Museo de Rarezas de Leyden, en Holanda. Una de estas
lámparas fue encontrada durante el papado de Pablo III, en la tumba de Tullia, la hija de Cicerón que había
estado completamente cerrada durante 1550 años”.