El mensaje y la libertad interior con que vivió el Señor Jesús apuntan en la misma dirección.
El llamó bienaventurados a los pobres de espíritu y se condujo con la libertad suficiente para dejar su oficio de carpintero y acogerse a la solidaria amistad de sus discípulos. Vivía sin angustia alguna su condición de pobre y desempleado voluntario.
Lo suyo no era la holgazanería, sino la manifestación serena de su firme confianza en el amor de Dios, encarnado en la ayuda mutua y el apoyo de sus seguidores. Quien llamaba a vivir en libertad y confianza no podía atesorar bienes innecesarios.
Alguien podría argumentar que esa espiritualidad de la sencillez y la pobreza espiritual que propone Jesús es viable solamente para quienes no hayan asumido los compromisos económicos propios de cualquier padre de familia. La opción radical de Jesús parecería ser viable solamente para célibes consagrados.
Sin embargo, no lo es, puesto que los cristianos que han descubierto la benevolencia de Dios en su vida, aprenden a compartir y a vivir de manera modesta sin angustiarse