Me presento ante ti, Padre amado. Quiero ofrecerte con cariño lo que puedo hacer cada día, aunque sea imperfecto.
Es tan pequeño al lado de tu infinita gloria y del regalo de tu amistad.
Pero sé que te gozas cuando me entrego al servicio de tu Hijo.
Tú mereces esta ofrenda de mi trabajo cotidiano.
Yo no puedo saber qué valor ha tenido mi tarea.
Pero dejo en tus manos los frutos de mi trabajo.
Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las vanidades, reconocimientos y aplausos.
Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.
Regálame la belleza de un corazón humilde y liberado. Amén.