Contrariamente al animal, el hombre carece de instintos
que le digan lo que tiene que hacer y, a diferencia de
los hombres del pasado, el hombre actual ya no tiene
tradiciones que le digan lo que debe ser. Entonces,
ignorando lo que tiene que hacer e ignorando también lo
que debe ser, parece que muchas veces ya no sabe tampoco
lo que quiere en el fondo. Y entonces sólo quiere lo que
los demás hacen, o bien, sólo hacer lo que los otros
quieren, lo que quieren de él.
En el servicio a una causa o en el amor a
una persona, se realiza el hombre a sí
mismo. Cuanto más sale al encuentro de su tarea, cuanto más se
entrega a su compañero, tanto más es él mismo hombre, y tanto más es
sí mismo. Así pues, propiamente hablando sólo puede realizarse a
sí mismo en la medida en que se olvida a
sí mismo, en que pasa por alto a sí mismo.
Cuando falta un sentido de la vida, cuyo cumplimiento hubiera
hecho feliz a una persona, ésta intenta conseguir el
sentimiento de felicidad mediante un rodeo, que pasa por la química.
El sentido no puede darse, sino que debe descubrirse. El sentido
debe descubrirse, pero no puede inventarse.
El sentido no sólo debe sino que también puede encontrarse.
No existe ninguna situación en la vida que carezca de auténtico
sentido. Este hecho debe atribuirse a que los aspectos aparentemente
negativos de la existencia humana, y sobre todo aquella trágica
tríada en que la que confluyen el sentimiento, la culpa y la muerte,
también puede transformarse en algo positivo, en un servicio, a
condición de que se salga a su encuentro
con la adecuada actitud y disposición.
Al cumplir un sentido, el hombre se realiza a sí mismo.
Si cumplimos el sentido del sufrimiento, realizamos lo más
humano del ser humano, maduramos, crecemos, crecemos más
allá de nosotros mismos. Incluso cuando nos encontramos sin
remedio y sin esperanza, enfrentados a situaciones que no
podemos modificar, incluso entonces estamos
llamados y se nos pide que cambiemos nosotros mismos.
El amor y la fe son cosas que no se dejan manipular. En cuanto
fenómenos intencionales, sólo surgen
cuando se da un contenido y un objeto adecuados.
Vamos no hacia una religión universal, sino a una religiosidad
personal, profundamente personalizada, a una religiosidad a
partir de la cual cada individuo encontrará su
lenguaje personal, propio y original para dirigirse a Dios.
Cuanto más se olvida el hombre de sí, cuanto más pasa por encima
de sí, al entregarse a una causa o a otros hombres, más es él
mismo hombre, más se realiza a sí mismo. Sólo el olvido de sí
lleva a la sensibilidad y sólo la entrega de sí genera la creatividad.