Iniciamos el penúltimo mes del año –Noviembre– y lo hacemos con la Fiesta de Todos los Santos.
El Papa (y próximamente Santo) Juan Pablo II les decía a los jóvenes “no tengan miedo de ser santos” en medio de este mundo dominado por el relativismo, la permisividad y la cultura de la muerte. Y debemos ver que la santidad es un camino al que se nos invita a todos, en la búsqueda de la Gracia que perdimos por causa del pecado y que Cristo nos devolvió con su muerte y resurrección.
San Agustín decía: “Señor, a Ti solo busco, a Ti solo amo y tuyo quiero ser. Mi único deseo es conocerte y amarte” (Sol 1, 1), invitándonos a todos a dar lo mejor de nosotros mismos y a poner en el centro de nuestra vida a Jesús
No tengamos miedo. Jesús nos sigue diciendo como a Jairo: “No tengas miedo, solamente confía en Mí” (Mc 5, 36). Pidamos y recibiremos.
Pidamos esta gracia de la santidad, día y noche, mañana y tarde, y veremos cómo el Señor toma en serio nuestra oración. No importa si no vemos progresos, Dios puede hacernos santo en el último momento de nuestra vida (como sucedió en el Calvario con el buen ladrón). Dios nos dice en su palabra: “Encomienda tu vida al Señor, confía en Él y déjalo actuar” (Sal 36,5).
En este día se celebra a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo. Algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana. Pero muchos no estarán nunca en los altares… son los “santos anónimos”, muchos de los cuales conviven con nosotros cada día aunque a veces ni nos damos cuenta…