Mi ocaso
Hasta este mar inmenso de recuerdos,
hasta esta soledad intermitente,
llegan a mí murmullos de la gente
y aires viciados de rabia y desacuerdos.
La paz del cielo sempiterno prometido,
se me nubló entre duda y contratiempo;
yo, imperceptible corpúsculo en el tiempo,
sopeso con sosiego lo vivido.
Perdón y olvido, se dice con vehemencia…
perdonar le corresponde al corazón;
no impone penas, tampoco condición,
pero alguien pagará dura sentencia.
Perdonando se alcanza perfección…
perdonando se logra la armonía;
mas el olvido no es como flor de un día;
llega el olvido si se pierde la razón.
Aunque jamás sometió la bofetada
la invariable voluntad del corazón;
en tiempos de obediencia o rebelión
cada lágrima lanzó suave tonada.
Ningún temor opacó las maravillas
que a mi paso mostró el largo camino,
vi la belleza que creó el pincel divino…
la perfección en las cosas sencillas.
Han visto ya mis ojos tantas cosas,
de tal grandeza que eclipsan nubarrones,
solo que acaso sumida en pretensiones
la mente se abandona a horas ansiosas.
Contemplé del arcoíris sus matices
posarse en las estrellas con derroche;
quizás fue el sueño de una plácida noche…
mas aun dormida he tenido horas felices.
Y una rosa azul cielo que en mis manos,
me susurró de realidad y fantasía…
que la belleza perfecta se escondía
muchas veces en inhóspitos pantanos.
En mí brotó el amor intensamente
sintiéndolo en la piel, huesos y médula,
si la farsa o ficción me volvió incrédula,
el que nació del alma está latente.
Hoy yo me reconcilio con el mundo,
aunque al andar me hiera alguna espina;
no olvida el alma su condición divina,
aun estando confusa en lo profundo.
Y si esta fugaz vida con premura
doblegara con ímpetu mi paso,
cómplice risa me acompaña en el ocaso
porque viví esta mágica aventura.