Siempre que nosotros nos confrontamos con unos de los misterios de la
naturaleza, el cual no somos capaces de explicarnos, simplemente añadimos un
nuevo nombre a nuestro vocabulario, el cual entonces surte el efecto de un juego
malabar o de ocultar nuestra ignorancia del asunto. Tal es la palabra “amperio”
que nosotros utilizamos para medir el volumen de la corriente eléctrica, el “voltio”
que nosotros empleamos para medir la fortaleza de la corriente y el “ohmio” que
empleamos para señalar la resistencia que un conductor dado ofrece al paso de la
corriente. De este modo, después de mucho estudio, de palabras y figuras, las
mentes maestras de la ciencia eléctrica intentan persuadirse así mismas y a las de
los demás de que ellos han sondeado el misterio de esa fuerza evasiva que juega
un papel tan importante en el trabajo del mundo actualmente. Pero cuando todo se
ha dicho y estos hombres eminentes están en talante confidencial admiten que las
lumbreras más brillantes de la ciencia eléctrica no conocen sino un poquito más
que el niño de la escuela primaria cuando acaba de empezar el estudio de pilas y
baterías.
De igual modo pasa en otras ciencias; los anatómicos no pueden distinguir
el embrión canino del humano durante un largo tiempo, y mientras el fisiólogo
habla con suficiencia acerca del metabolismo, no puede dejar de admitir que los
experimentos de laboratorio por los cuales se esfuerza en imitar nuestro proceso
digestivo, deben ser y son extensamente diferentes de las transmutaciones que se
operan en el laboratorio químico del cuerpo por el proceso de la nutrición.
Esto no lo decimos para desacreditar o menospreciarlos maravillosos
descubrimientos de la ciencia, sino para hacer patente el hecho de que hay
factores detrás de todas las manifestaciones de la naturaleza -inteligencias de
diversos grados de conciencia constructiva y destructivas, las cuales desempeñan
funciones importantes en la economía de la naturaleza- y hasta que estas
agencias sean conocidas y su trabajo estudiado, nosotros nunca podremos tener
un concepto adecuado del modo en que actúan estas fuerzas de la naturaleza,
que nosotros llamamos calor, electricidad, gravedad, acción química, etc. Para
que aquéllos que han cultivado la vista espiritual es evidente que los llamados
muertos emplean parte de su tiempo en aprender la construcción de cuerpo bajo
la guía de ciertas jerarquías espirituales. Estas jerarquías son los agentes de los
procesos metabólicos y anabólicos; son los factores invisibles de la asimilación y
es, por lo tanto, literalmente cierto que nosotros seríamos incapaces de vivir salvo
por la ayuda importante que recibimos de aquéllos que llamamos muertos.
Para abarcar o concebir la idea del modo en que estas agencias actúan y
su relación con nosotros, nos permitiremos repetir un ejemplo que hemos
empleado nuestra obra Concepto Rosacruz del Cosmos: supongamos que un
carpintero está haciendo una mesa, y un perro, el cual es un espíritu
evolucionante que pertenece a otra oleada de vida posterior, está atentamente
vigilándole. Entonces verá el proceso de cortar los tableros y verá que
gradualmente se va formando la mesa de distintos materiales y que, por último,
queda terminada. Pero aunque el perro ha estado vigilante y atento al trabajo del
hombre, no tiene un concepto claro del modo en que ha sido hecha, ni tampoco
del uso ulterior de la mesa. Supongamos aún más que el perro estuviese dotado
solamente de una limitada visión e incapaz de percibir al artesano y sus
instrumentos; entonces el perro habría visto que los tableros se movían de un
punto a otro, después quedaban unidos y acoplados de otro modo, hasta que la
forma de la mesa quedara terminada. En este caso habría visto el proceso de la
formación y el objeto terminado, pero no tendría idea del hecho de que fue
necesaria una agencia activa, un operario para transformar la madera en una
mesa. Si este animal pudiera hablar explicaría el origen de la mesa del modo en
que Topsy dijo de sí mismo: “sencillamente creciendo”.