. OTRA DESILUSIÓN
Jesús había proyectado una tranquila campaña misionera de obra personal de cinco meses. No les había dicho a los apóstoles cuánto duraría; laboraban de semana a semana. Y temprano el primer día de esta semana, precisamente cuando estaba él a punto de anunciar este plan a sus doce apóstoles, Simón Pedro, Santiago Zebedeo y Judas Iscariote vinieron a verlo para hablar en privado. Llevando a Jesús aparte, Pedro se atrevió a decir: «Maestro, venimos a instancias de nuestros asociados para preguntar si acaso está propicio el momento de entrar en el reino; y ¿proclamarás tú el reino en Capernaum, o hemos de proseguir a Jerusalén? Y cuándo sabremos, cada uno de nosotros, el puesto que hemos de ocupar contigo en el establecimiento del reino...» y Pedro hubiera continuado haciendo otras preguntas, pero Jesús levantó una mano con gesto de admonestación y lo interrumpió. Haciendo señas a los otros apóstoles a que se le acercaran, Jesús dijo: «Hijitos míos, ¡hasta cuándo tendré que ser indulgente! ¿No os he aclarado que mi reino no es de este mundo? Os he dicho muchas veces que no he venido para sentarme en el trono de David, y ahora ¿cómo es que estáis inquiriendo qué lugar ocupará cada uno de vosotros en el reino del Padre? ¿Acaso no percibís que os he llamado como embajadores de un reino espiritual? ¿No comprendéis que pronto, muy pronto, me representaréis en el mundo y en la proclamación del reino? así como yo represento ahora a mi Padre que está en el cielo? ¿Puede ser que yo os haya elegido e instruido como mensajeros del reino, y sin embargo vosotros no comprendáis la naturaleza y significación de este reino venidero de preeminencia divina en el corazón de los hombres? Amigos míos, oídme una vez más. Quitaos de la mente la idea de que mi reino es un gobierno de poder o un reinado de gloria. En verdad, todo el poder en el cielo y en la tierra será dentro de poco entregado en mis manos, pero no es la voluntad del Padre que usemos esta dote divina para glorificarnos en esta era. En otra edad ciertamente os sentaréis conmigo en poder y gloria, pero ahora nos corresponde someternos a la voluntad del Padre y salir en humilde obediencia para ejecutar su mandato en la tierra».
Nuevamente estuvieron sus asociados estupefactos y pasmados. Jesús les envió de dos en dos a orar, pidiéndoles que regresaran a él al mediodía. En esta mañana crucial cada uno de ellos trató de encontrar a Dios, y se esforzaron por alentarse y fortalecerse unos a los otros, y regresaron a Jesús tal como les había pedido.
Jesús rememoró para beneficio de ellos ahora la venida de Juan, el bautismo en el Jordán, la fiesta de bodas en Caná, la reciente selección de los seis y la separación de sus propios hermanos en la carne, y les advirtió que los enemigos del reino tratarían también de separarlos. Después de esta plática breve pero intensa, los apóstoles se levantaron, bajo el liderazgo de Pedro, para declarar su devoción indomable a su Maestro y prometer su lealtad inamovible al reino, en las palabras de Tomás, «a este reino venidero, sea lo que fuere y aunque no lo comprenda yo plenamente». Todos ellos verdaderamente creían en Jesús, aunque no comprendían plenamente sus enseñanzas.
Jesús les preguntó entonces cuánto dinero tenían entre ellos; también inquirió qué habían dispuesto para mantener a sus familias. Cuando se vio que no tenían entre todos fondos suficientes para mantenerse por dos semanas, dijo: «No es la voluntad de mi Padre que comencemos a trabajar de este modo. Nos quedaremos aquí junto al mar por dos semanas para pescar o hacer todo lo que encuentren nuestras manos; mientras tanto, bajo la dirección de Andrés, el primer apóstol elegido, os organizaréis con el fin de proveer todo lo necesario para vuestra obra futura, tanto en el presente ministerio personal como cuando yo subsecuentemente os ordene predicar el evangelio e instruir a los creyentes». Mucho se alegraron con estas palabras; ésta fue la primera sugerencia clara e inequívoca que tuvieron de que Jesús proyectaba en el futuro hacer un esfuerzo público más ambicioso y agresivo y de más vasto alcance.
Los apóstoles pasaron el resto del día perfeccionando su organización y preparando las barcas y redes para salir a pescar al día siguiente. Todos ellos habían decidido que se dedicarían a la pesca; la mayoría de ellos habían sido pescadores, incluso Jesús era un constructor de barcas y pescador experto. Muchas de las barcas que ellos usaron en esos años habían sido construidas por las propias manos de Jesús. Y eran barcas buenas y seguras.
Jesús les mandó que pescaran durante dos semanas, añadiendo: «Y luego os convertiréis en pescadores de hombres». Pescaban en tres grupos: Jesús salía con un grupo diferente cada noche. ¡Cuánto disfrutaban todos ellos de la compañía de Jesús! Era buen pescador, camarada alegre y amigo inspirador; cuanto más trabajaban con él, más lo amaban. Mateo dijo un día: «Hay gente, que cuanto más la comprende uno, menos la admira; pero este hombre, aunque le comprendo cada vez menos, lo amo cada vez más».
Este plan de pescar por dos semanas y luego hacer obra personal en nombre del reino por dos semanas, se llevo a cabo por más de cinco meses, e incluso hasta fines de este año, 26 d. de J.C., hasta que cesaron las persecuciones dirigidas contra los discípulos de Juan después de su arresto.