Salmo en busca de Transcendencia.
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Hoy toco con la yema de mis dedos
el muro de esta vida en la que vivo;
y siento que las alas de mi cuerpo
no se abren con el ritmo de Infinito.
Las huellas de los pasos que yo dejo
el viento se las lleva sin destino.
¿Quién soy yo?, me pregunto en silencio.
¿Quién soy yo?, y no sé cómo decirlo.
¿Quién soy yo?, y se nubla en el espejo
este rostro, sin rostro, que es muy mío.
¿Quién soy yo?, ser que vive a la intemperie
y que entre sombras vaga bien perdido.
¿Dónde están las raíces de mi vida?
¿Dónde está el manantial de mi rio?
¿Dónde la roca firme de mi casa?
¿Dónde, Tú, oh Dios, estás escondido?
¿De dónde vengo? ¿Qidén me dio existencia?
Quiero ver las manos de quien me hizo.
Aquí estoy en la vida y no encuentro
en los pasos de mi andar, el camino;
y busco como loco tus pisadas,
que me llevan en busca de un sentido.
¿Eres tú, oh Dios, aquél a quien yo busco?
Si eres tú, oh Dios de los hombres, dímelo.
Quiero llegar, Señor, hasta la meta
y romper con mi pecho el fino hilo
que separa al hombre de lo eterno
y lo deja en sus aguas sumergido.
Toma estos remos, oh mi Dios, deshechos,
y juega con mi barca sin arribo.
Quiero romper la tela de este cuerpo,
y subir desde el fondo del abismo;
quiero volar en alas de tu viento
cuando sienta en mis pies el precipicio.
Quiero con fuerza agarrarme a tu pecho
y sentirme a tus alas protegido.
¿Dónde estás, oh Dios?... Escucha mi llanto
¿Dónde estás, oh Dios?... Acoge mis gritos.
Tengo sed de ti, de tus Aguas vivas,
como tierra al sol, en campo baldío.
Tus ojos, tus manos, oh Dios, yo busco
como busca el ciervo el agua del río.
En tu mar adentro; en tu mar, oh Dios,
dejo el corazón —es tuyo-, rendido;
llénale de estrellas, Dios, y de aromas,
y embriaga mi alma de tu cariño.
En la vida soy tu pobre romero,
que al decirte: ¡DIOS!, se siente querido.