"Solo en su aposento, arrodillado en las losas, el monje, muy contrito, estaba rezando,
acusándose de sus pecados de indecisión, y pidiendo fuerzas para un mayor altruismo y para
poder resistir las pruebas y tentaciones; era la hora del medio día y el monje estaba solitario.
De repente, como un relámpago, un esplendor inusitado brilló dentro y fuera de él llenando
de gloria su estrecha celda de piedra. Y vio la Bendita Visión de Nuestro Señor, rodeado de
luz celestial que le envolvía como si fuera una vestidura y como un vasto manto que le
rodease."
Este; sin embargo, no era el Salvador doliente, sino el Cristo dando de comer a los
hambrientos y curando a los enfermos.
"En actitud implorante y con las manos cruzadas sobre el pecho, maravillado, admirado y en
adoración, estaba el monje arrodillado y en profundo éxtasis.
"Y durante esta exaltación oyó de repente la llamada de la campana del convento, que sonaba
con tal vehemencia y estridencia del patio al corredor, como nunca lo había oído antes."
La campana sonaba llamándole para cumplir con su deber de dar de comer a los pobres,
como Cristo lo había hecho, porque él era el limosnero de la comunidad.
"Entonces su adoración se llenó de tristeza y vacilación, no sabiendo si debía marcharse o
quedarse. ¿Dejaría a los pobres hambrientos que le esperasen a la puerta del convento hasta
que la Visión hubiese pasado? ¿Debería abandonar a su visitante celeste para acudir a unos
harapientos mendigos que en salvaje tropel le esperaban en el portal? ¿Es que la Visión
permanecería allí, o volvería después? Entonces una voz en su pecho susurró, muy
claramente perceptible, como si entrase por los oídos: "Haz tu deber que es lo mejor, y deja lo
demás en manos del Señor."
"En el acto se levantó, y con suplicante mirada se inclinó ante la Bendita Visión, y despacito
salió de su celda para cumplir con su santa misión.
"En el portal estaban los pobres esperando, con aquel terror en la mirada que sólo se nota en
los que, estando en la miseria, ven que se les cierran todas las puertas y que nadie hace caso
de ellos, pero que se hacen familiares tanto con la desgracia como con el sabor del pan que
los hombres les dan. Pero hoy, sin saber por qué, les pareció que las puertas del convento se
abrían como si fueran las del paraíso, y el pan y el vino les pareció un divino sacramento. El
monje, interiormente, estaba rezando y pensando en los sufrimientos de los pobres sin hogar
que sufren y aguantan lo que vemos y lo que no vemos, y la voz interna le decía: "¡Aquello
que hayas hecho al más pobre y miserable de los míos, es como si me lo hubieras hecho a
mi!""¡A mi", pero ¿si la Visión se le hubiese presentado en forma de un mendigo harapiento,
la habría recibido de rodillas y en adoración, o acaso se habría separado de ella mofándose?
"De este modo su conciencia le interrogaba con sutiles sugestiones, cuando él con paso
rápido volvía hacia su celda; y viendo que todo el convento estaba lleno de una luz
sobrenatural, como si una nube luminosa se extendiese por los techos y los suelos.
"Y en el umbral de su puerta se quedó inmóvil de espanto, viendo que la Visión aún estaba
allí, tal como él la había dejado cuando la campana del convento le llamó para dar de comer a
los pobres. Durante toda su ausencia le había estado esperando, él sintió arder su corazón,
comprendiendo todo su significado, cuando la Bendita Visión le dijo de este modo: "¡Si tú te
hubieses quedado, yo me hubiera ido!"
DIOS, EL PADRE,DEL PURO AMOR ,TE BENDIGA,
POR SER TU MISMO/A.
GRACIAS.
LINDA LEE