Jesús descendió a Urantia para vivir un ejemplo perfecto y detallado para cualquier niño o adulto, cualquier hombre o mujer, de esa época o de cualquier otra. De hecho todos podemos encontrar en su vida plena, rica, hermosa y noble mucho que es exquisitamente ejemplar, de inspiradora divinidad. Pero esto se debe a que vivió una vida verda-dera y genuinamente humana. Jesús no vivió su vida en la tierra como un ejemplo para que la copiaran todos los demás seres humanos.
Vivió su vida en la carne mediante el mismo ministerio de misericordia que todos vosotros podéis vivir vuestras vidas en la tierra; y así como vivió su vida mortal en su día y como él era, así pues dejó un ejemplo para que todos nosotros vivamos nuestras vidas en nuestros días y como somos. No podéis aspirar a vivir su vida, pero podéis resolver que viviréis vuestra vida, así como, y por los mismos medios que él vivió la suya. Puede que Jesús no sea el ejemplo técnico y detallado para todos los mortales de todas las edades en todos los reinos de este universo local, pero es perdurablemente la inspiración y el guía de todos los peregrinos al Paraíso que proceden de los mundos de ascensión inicial a través de un universo de universos y a través de Havona al Paraíso. Jesús es l a senda nueva y viviente que va del hombre a Dios, desde lo parcial hasta lo perfecto, de lo terrenal a lo celestial, del tiempo a la eternidad.
A fines de su vigésimo noveno año, Jesús de Nazaret había terminado virtualmente la experiencia de vivir la vida como se les exige a los mortales moradores en la carne. Vino a la tierra para que se le manifestase la plenitud de Dios al hombre; ya se ha convertido casi en la perfección del hombre que aguarda la ocasión de manifestarse a Dios. Y todo esto lo hizo antes de cumplir los treinta años de edad.
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