Acéptate a ti mismo incluso frente a los demás. No tengas miedo, no te dejes paralizar por tus debilidades o carencias.
Concéntrate, más bien en tus fortalezas. Acepta ser tú mismo ante los otros tal como eres, con tus luces y sombras.
Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato. Lee una graciosa anécdota: dos personas que se enfrentaron, cada una con su fragilidad.
Recuerda que los demás te necesitan tal como el Señor ha querido que fueras.
No conviene que te pongas una máscara o representes una comedia.
Puedes decirte a ti mismo: “voy a llevarles algo especial, pues nunca se encontraron ni se encontrarán con alguien como yo; soy una persona única salida de las manos de Dios”.
Dios te valora, hazlo tú también.