Del mismo modo, uno que ha encontrado lo que él cree ser la verdad puede "enterrar su tesoro" en su propio
pecho, o "poner su luz bajo un matorral" para caber, quizás después de muchos años, que lo que ha estado
tan celosamente acariciando es una burda y espúrea imitación. Así, pues, se presenta la necesidad de una
prueba final infalible, una prueba que elimine toda posibilidad de decepción y el problema es el modo de
descubrirla y aplicarla después.
La contestación es tan simple como eficiente es el método. Cuando preguntamos a los coleccionistas el
medio de que se valen para saber si un determinado articulo que han adquirido y que estiman, es una
imitación o es legitimo, generalmente nos dicen que es mediante su examen por alguna persona que haya
visto el original.
Nosotros podremos engañar a todos los hombres durante un cierto tiempo o a una parte de
ellos durante todo la vida, pero nos es imposible el defraudar durante toda la vida a toda la humanidad, y si
el coleccionista hubiera exhibido públicamente su tesoro en vez de ocultarlo secretamente, hubiera conocido
rápidamente por el conocimiento colectivo de todo el mundo, si su objeto era legitimo o falsificado.
Ahora recapacite en esto, pues es muy importante: Tan cierto como el general misterio y las reservas de los
coleccionistas ayudan, incitan y estimulan el fraude respecto de los traficantes de curiosidades, así también
el deseo de tener y poseer para nosotros mismos grandes secretos no conocidos por la "plebe", estimula el
tráfico de aquellos que negocian en "iniciaciones ocultas" con ceremonias pomposas, para seducir a las
víctimas de ellos para luego desaparecer con su dinero.
¿Cómo podremos probar el valor de un eje sino es por su uso y de este modo viendo la forma en la que
conservará su extremidad después de estar sometido a un trabajo real y constante? ¿Lo compraríamos
nosotros si el vendedor nos dijera que lo colocáramos en un rincón obscuro donde nadie pudiera verlo y
prohibiéndonos a nosotros mismos que lo utilizáramos?
Ciertamente que no. Nosotros lo querríamos ver
trabajar en nuestra máquina o taller donde pudiéramos constatar que esta pieza tenia el "temple" debido. Si
comprobáramos que estaba construido de "acero verdadero" nosotros lo apreciaríamos; pero, si por el
contrario, diríamos al vendedor que se quedase con su material inservible.
En el mismo principio se asienta nuestro tema, y ¿cuál es la razón de "comprar" los efectos de los buhoneros
de secretos? Si sus artículos fueran "acero fino" no habría necesidad de tal secreto y a menos que nosotros
podamos emplearlos en nuestras vidas cotidianas no tienen ningún valor. Así tampoco es de valor un eje a
menos que podamos utilizarlo, pues éste se enmohece y pierde su filo. Así, pues, tiene el deber cualquiera
que halla la verdad el emplearla en el trabajo del mundo, con la doble finalidad de salvaguardarse a si mismo
para asegurarse de que esta verdad resistirá la gran prueba y para dar a otros la oportunidad de compartir el
tesoro que encuentra útil para él.
Por lo tanto, es verdaderamente importante que sigamos el mandato de
Cristo: "Dejad que brille vuestra luz."