"No debemos considerar el optimismo y el pesimismo como una simple cuestión de temperamento; optimismo y pesimismo presuponen dos filosofías de la vida. Sólo el que busca los bienes espirituales puede ser verdaderamente optimista; mientras que el que sólo persigue los bienes materiales, aunque esté al principio lleno de esperanza, se verá obligado, un día u otro, a abandonar sus ilusiones.
El pesimista no ve más allá de las pequeñas cosas de la tierra. El optimista, por el contrario, abre su alma a los vastos espacios del cielo, porque sabe que la predestinación del hombre es volver un día a su patria celestial. A lo largo del camino que conduce a esta patria, se encontrará evidentemente con el mal bajo todas sus formas, sufrirá, dudará de los demás y de sí mismo, se desanimará. Pero incluso en los peores momentos no se hundirá, porque en su corazón, en su alma, lleva esta verdad de que Dios lo ha creado a su imagen, y que esta imagen de Dios contiene en potencia todas las riquezas, todas las victorias.
Si hay algo de lo que nunca debemos dudar, es de que un día volveremos a nuestra patria celestial, mientras que en las empresas terrestres el éxito es mucho más dudoso, y en todo caso efímero. Cuando un estudiante ha suspendido varias veces un examen, se le hace comprender que es inútil que insista y que debe abandonar. Pero cuando se trata de nuestra predestinación divina, esta predestinación está tan profundamente inscrita en nosotros que un día, a fuerza de trabajo, llegaremos a la meta. Y éste es el verdadero optimismo."
(Omraam M. Aivanhov)