Ese miércoles por la mañana temprano, Jesús y los doce partieron de Cesarea de Filipo hacia el parque de Magadán, cerca de Betsaida-Julias. Los apóstoles habían dormido muy poco esa noche, así pues estaban levantados y listos para partir bien temprano. Aun los imperturbables gemelos Alfeo estaban afectados por esta conversación sobre la muerte de Jesús. Al viajar hacia el sur, poco más allá de las Aguas de Merón, llegaron al camino de Damasco, y deseando evitar a los escribas y otros que, según bien sabía Jesús, estaban por llegar para seguirlos, ordenó que prosiguieran a Capernaum por el camino de Damasco que pasa a través de Galilea. Así lo hizo porque sabía que los que lo perseguían tomarían el camino al este del Jordán, puesto que pensaban que Jesús y los apóstoles no se atreverían a cruzar el territorio de Herodes Antipas. Jesús intentaba eludir a sus críticos y a la multitud que le seguía para estar a solas con sus apóstoles este día.
Prosiguieron viaje a través de Galilea hasta bien pasada la hora del almuerzo, luego se detuvieron a la sombra para descansar. Después de compartir el refrigerio, Andrés, hablando a Jesús, dijo: «Maestro, mis hermanos no comprenden tus palabras profundas. Hemos llegado a creer plenamente que tú eres el Hijo de Dios. Pero ahora, escuchamos estas extrañas palabras de que nos abandonarás, de que morirás. No comprendemos tu enseñanza. ¿Es que nos hablas en parábolas? Te imploramos que nos hables directamente y en forma clara».
Respondiéndole a Andrés, Jesús dijo: «Hermanos míos, es porque habéis confesado que soy el Hijo de Dios que me veo forzado a desplegar ante vosotros la verdad sobre el fin del autootorgamiento del Hijo del Hombre en la tierra. Insistís en aferraros a la creencia de que soy el Mesías, y no abandonáis la idea de que el Mesías debe sentarse en el trono en Jerusalén; por ello persisto yo en deciros que el Hijo del Hombre pronto debe ir a Jerusalén, sufrir muchas cosas, ser rechazado por los escribas, los ancianos y los altos sacerdotes, y después de todo eso, ser matado y resucitar de entre los muertos. Y no os hablo en parábolas. Os hablo la verdad, para que vosotros podáis prepararos para estos hechos que pronto sobrevendrán sobre nosotros». Mientras aún estaba hablando, Simón Pedro, corriendo impetuosamente hacia él, apoyó la mano sobre el hombro del Maestro y dijo: «Maestro, está lejos de nosotros discutir contigo, pero yo declaro que estas cosas jamás te ocurrirán». |