El racionalismo es erróneo cuando supone que la religión es en primer término una creencia primitiva en algo que luego va seguido de la búsqueda de los valores. La religión es principalmente una búsqueda de valores primero, que luego formula un sistema de creencias interpretativas. Es mucho más fácil para los hombres concordar sobre valores religiosos —objetivos— que sobre creencias —interpretaciones. Y esto explica por qué la religión es capaz de llegar a un acuerdo en cuanto a valores y objetivos, exhibiendo al mismo tiempo el confuso fenómeno de creer en cientos de creencias conflictivas —credos. Esto también explica por qué una determinada persona puede mantener su experiencia religiosa frente a la experiencia de abandonar o cambiar muchas de sus creencias religiosas. La religión persiste a pesar de los cambios revolucionarios en las creencias religiosas. La teología no produce la religión; es la religión la que produce la filosofía teológica.
El hecho de que los religiosos hayan creído tantas cosas que eran falsas no invalida la religión, porque la religión se funda en el reconocimiento de valores y se valida por la fe de experiencia religiosa personal. La religión pues se basa en la experiencia y en el pensamiento religioso. La teología, la filosofía de la religión, es un intento honesto de interpretar esa experiencia. Estas creencias interpretativas pueden ser justas o erróneas o una mezcla de verdad y error.
La realización del reconocimiento de los valores espirituales es una experiencia que es superideacional. No existe una palabra en ningún idioma humano que pueda ser empleada para designar este «sentimiento», «sensación», «intuición» o «experiencia» que hemos elegido llamar conciencia de Dios. El espíritu de Dios que reside en el hombre no es personal —el Ajustador es prepersonal— pero este Monitor presenta un valor, exuda un sabor de divinidad que es personal en el sentido más alto e infinito. Si Dios no fuera por lo menos personal, no podría ser consciente, y si no fuera consciente, sería infrahumano