1. 2. EL PANORAMA DE LA EVOLUCIÓN
La historia del ascenso del hombre a partir de las algas marinas hasta el señorío de la creación terrenal, es en efecto, un romance de la lucha biológica y de la supervivencia de la mente. Los antepasados primordiales del hombre, literalmente, fueron el limo y el cieno del lecho oceánico en las bahías y caletas de aguas tibias y calmadas de las vastas costas de los antiguos mares interiores, aquellas mismas aguas en que los Portadores de Vida establecieron cada una de las tres implantaciones de la vida en Urantia.
Hoy día existen muy pocas de las primeras especies de vegetación marina que participaron en aquellos cambios importantísimos que dieron como resultado los organismos intermedios a los animales. Las esponjas constituyen uno de los sobrevivientes de estos primitivos tipos intermedios, aquellos organismos por los cuales se produjo la transición gradual desde lo vegetal hasta lo animal. Estas primeras formas transitorias, aunque no eran idénticas a las esponjas modernas, sí eran muy parecidas a ellas; fueron verdaderos organismos de transición —ni vegetal ni animal— pero, a la larga, culminaron en el desarrollo de las verdaderas formas animales de vida.
La bacteria, un organismo vegetal sencillo de índole muy primitiva, ha cambiado muy poco desde los primeros albores de la vida; incluso exhibe cierto grado de retroceso en su comportamiento parasitario. Gran parte de los hongos representa además un movimiento retrógrado en la evolución, siendo plantas que han perdido su capacidad de hacer la clorofila y, en cierto modo, se han convertido en parásitos. La mayoría de las bacterias que produce enfermedades y sus cuerpos auxiliares de virus pertenecen a este grupo de hongos parasitarios desertores. Durante las edades intermedias, todo el vasto reino de la flora ha evolucionado a partir de antepasados, de los cuales también ha descendido la bacteria.
No tardaron en aparecer de manera repentina los tipos de vida animal protozoarios superiores. Ha descendido desde aquellos distantes tiempos pero poco modificada, la ameba, el típico organismo animal unicelular. Luce hoy en día de forma muy parecida a como lucía cuando fue el primer y más grande logro de la evolución de la vida. Esta criatura diminuta y sus primos protozoarios son para la creación animal lo que la bacteria es para el reino vegetal; representan la supervivencia de los primeros pasos de la evolución en la diferenciación de la vida, juntamente con el fracaso del desarrollo subsiguiente.
Al poco tiempo los primeros tipos animales unicelulares se juntaron en comunidades, en un principio a manera de volvocídeos, y presentemente al estilo de hidras y medusas. Aún después, evolucionaron la estrella de mar, los crinoideos, los erizos de mar, los pepinos de mar, los ciempiés, los insectos, las arañas, los crustáceos, y otros grupos muy afines de las lombrices y líquenes, seguidos muy de cerca por los moluscos: la ostra, el pulpo y el caracol. Cientos y cientos de especies intervinieron y perecieron; únicamente se trae a colación a las que sobrevivieron la prolongada lucha. Tales especímenes no progresistas, juntamente con la familia de los peces, que apareció posteriormente, hoy por hoy representan los tipos estacionarios de animales primitivos e inferiores, ramas del árbol de la vida que no lograron progresar.
De este modo se dispuso el escenario para los primeros animales vertebrados, los peces. De la familia de los peces surgieron dos modificaciones singulares: la rana y la salamandra. A partir de la rana comenzó aquella serie de diferenciaciones progresivas que culminó finalmente en el hombre mismo.