FLORES DE PAPEL
Un día reunió a mucha gente y, llevándola junto a la falda
de una montaña así les hablaba:
Deben saber que lo que me hace hablar no es el impulso
de mi lengua, sino el impulso de la sed de Verdad que hay en
sus corazones.
Deben saber que hay muchas cosas que no les puedo
decir. No porque no quisiera mi corazón sino porque sus oídos
todavía son sordos a ellas. Y, entonces díganme:
¿Para qué derramarlas al viento si son más valiosas que
las piedras preciosas, y que el oro, y que todo lo que atesora la
ciencia del hombre? ¿No sería mejor guardarlas para cuando
sus oídos estén
maduros y sus ojos tengan Luz?
Porque deben saber que cada cosa tiene su tiempo, y lo
que el espíritu humano comió en una época y lo alimentó, le
puede producir hambre en otra época e incluso llevarlo hasta la
muerte.
No sean como aquéllos que cortan su tiempo de una
forma y obligan a los demás a que corten todos los tiempos de
la misma forma. Son fanáticos del conocimiento y tan sólo se
quedan en superficialidades sin comprender aquello que les dio
origen. Son como las flores de papel que desde lejos parecen
flores, mas al acercarnos vemos que tan sólo llevan la
apariencia.
Así Hablaba Quetzacóatl