A TI CAMINANTE
llevar una palabra de Amor allí donde el odio se manifiesta en
cualquiera de sus formas; ser una expresión de paz donde quiera que
haya lucha, bregar con firmeza de apóstol para establecer la comprensión
y simpatía, allí donde los prejuicios de razas y las ambiciones
de orden material separan a los hombres; ser tolerante con los errores
de aquellos que, por estar identificados con todo lo material y transitorio,
solo pueden ver la vida a través de las necesidades de sus vísceras,
ya es realizar algo efectivo en bien del mundo.
El Amor tiene su elocuencia propia, ÚNICA; esa elocuencia que
llega sin palabras al corazón y lo conmueve hasta en sus fibras más
hondas, provocando una emoción hasta entonces no sentida, un sentimiento
que por su transparencia y pureza acaso no nos habíamos
sentido capaces de experimentar. Cuando la elocuencia maravillosa
de ese sentimiento llene tu ser, te sentirás otro hombre, con el corazón
henchido por el ansia incontenible de llegar a otros corazones con tu
simpatía, con tu cariño, con la fortalecedora suavidad de tu hombría
de bien, como llega un perfume, como llega la brisa o la luz del sol que
acaricia sin ruido.
Si eres capaz de comprender que por el solo hecho de ser hombre
te encuentras como todos, sujeto a las mismas limitaciones, expuesto
a las mismas contingencias, necesidades y dolores; si eres
capaz de comprender que por no ser perfecto estás sujeto a error y
que si alguien te lo enrostrase sufrirías, te darías cuenta que todos los
demás hombres -tus hermanos- se encuentran en el mismo caso.
Piensa en ello y comprenderás que es más generoso tender una
mano al caído para ayudarlos a levantarse, que azotar su rostro con el
látigo de la injuria o de la ofensa.