No nací para esconder mis dones, reprimir mi imaginación o retener el amor. ¡Dios me creó para resplandecer! Cualquier pensamiento de crítica acerca de mí mismo es como el lodo que cubre la brillantez de una piedra preciosa.
Respiro profundamente tres veces para limpiar mi mente de cualquier negatividad. Con cada respiración, elimino todo pensamiento de que no soy digno. Me libero de límites y dejo ir cualquier vergüenza por errores cometidos. En este momento, hago borrón y cuenta nueva. Afirmo: Yo soy sabio, amoroso y creativo. Mi confianza aumenta a medida que aprecio quién soy realmente. Mi ser verdadero brilla como el oro. ¡Soy una expresión resplandeciente del Espíritu!
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor.—2 Timoteo 1:7