ABRAHAM Y MOISÉS CONTACTAN CON EL UNO CÓSMICO
Los egos que vienen a la Tierra como grandes mensajeros espirituales,
frecuentemente llamados Hijos del Destino, son tratados con especial cuidado y
protección por parte de los planos internos, aunque sus vidas estén, generalmente,
llenas de dolor y dificultades, ya que es el sufrimiento el que sensibiliza y refina la
naturaleza del hombre. Tales seres son, frecuentemente, conscientes del ministerio
angélico, como se observa en las vidas de Abraham y Moisés, que fueron escogidos
y preparados para convertirse en líderes de la Quinta Raza.
Justino Mártir y Clemente de Alejandría - éste último, Padre de la Iglesia
Primitiva del siglo segundo, y conocido, principalmente, como fundador de la
Escuela Teológica de Alejandría - sostuvieron que fue Cristo a quien se apareció a
Abraham y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina ante mí y sé
perfecto"(Génesis 17:1). Estos Padres, junto con Tertuliano y Orígenes, aseguraban,
asímismo, que también fue Cristo quien se apareció a Abraham en la "Llanura de
Mamré". Allí se le llama Señor y Juez de la Tierra. Cipriano, un eclesiástico y mártir
de la iglesia africana del siglo tercero, consideraba que fue Cristo el ángel que llamó
a Abraham cuando iba a sacrificar a su hijo Isaac.
Fue tras el último contacto de Abraham con el espíritu del Cristo Cósmico
cuando aquél obtuvo la clarividencia, expansión de conciencia y creciente
profundidad en su conocimiento espiritual. Su desarrollo condujo al nacimiento de
Isaac, tal y como había sido anunciado por visitantes angélicos, teniendo en cuenta
que Isaac significa gozo espiritual omnipresente que, una vez adquirido, ya no puede
ser afectado por las vicisitudes de la vida humana. Esto es lo que el salmista pensaba
cuando cantó: "Mientras camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré al
mal, porque Tú estás conmigo".
Cipriano atribuye a Cristo la conducción del pueblo de Israel durante su
travesía del desierto, tal como se relata en el Éxodo 13:21 y 14:9: "Y el Señor iba
delante de ellos, durante el día, en una columna de nube para mostrarles el camino y,
de noche, en una columna de luz para alumbrarlos...". "Y el ángel de Dios, que iba
EL MISTERIO DE LOS CRISTOS.- Corinne Heline
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delante del campo de Israel, se puso detrás". Pensaba también que Cristo era el ángel
prometido en Éxodo, capítulo 23. "Mira, yo envío un ángel ante ti para mantenerte en
el camino (v. 20)... obedece su voz (v.22)... pues mi nombre está en él" (v.21).
Todo discípulo preparado para el servicio, en la dispensación de Cristo se
encara, a lo largo del Sendero, de una u otra forma, con la gran prueba, igual que a
Abraham se le pidió sacrificar a su amado hijo. En ese momento, el discípulo ha de
ser capaz de decir con Cristo: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Fue el
Confortador, el Señor Cristo mismo, quien asistió a Abraham durante esta suprema
prueba, hecho éste destacado por Orígenes y Cipriano, contemporáneo suyo.
Realmente, a Abraham no se le exigió el sacrificio, sino la decisión de renunciar a
todo por su Señor. Esto queda bellamente demostrado en la secuencia bíblica, al
decir que un cordero sustituyó a Isaac, ya que el cordero era el símbolo de la futura
dispensación Aria, cuando el Señor Cristo descendería y, en cuerpo humano, haría el
supremo sacrificio. Con esta prueba, Abraham demostró su mérito y su capacidad
para estudiar profundas verdades, directamente, en el registro akásico o Memoria de
la Naturaleza.
La polaridad es la enseñanza fundamental subyacente en el cristianismo
esotérico. El Gran Sacerdote Melquisedec se la impartió a Abraham durante el ritual
de la Sagrada Cena, con el fin de prepararlo para su misión como conductor de la
inminente Quinta Raza Raíz. Esta misma enseñanza fue la última impartida durante
el ministerio de Cristo en la Tierra, a Sus discípulos, durante la Ultima Cena, el
Jueves Santo, que precedió a Su sacrificio en el Gólgota. Este ritual se contempla
ahora tan sólo como un mero ceremonial. Pocas personas tienen idea del poder que
puede conferirse a sus receptores, cuando su celebración se lleva a cabo con
conocimiento y dignamente.
El oculto poder del fruto de la vid, fue conocido por los padres Primitivos,
como demuestra el siguiente pasaje del mártir Justino: "Las palabras sangre de la
uva se emplearon a propósito, para indicar que Cristo tiene sangre, no de la simiente
del hombre, sino del poder de Dios. Pues, de la misma manera que el hombre no
produce la sangre de la uva, sino que la produce Dios, del mismo modo este párrafo
anunció que la sangre de Cristo no había de ser de origen humano, sino del poder de
Dios; y esta profecía demuestra que Cristo no es hombre de acuerdo con la ley
ordinaria". Eusebio, historiador de la iglesia de la cuarta centuria, escribió sobre ese
mismo texto:" los hombres son redimidos por la sangre de la uva, que contiene a
Dios habitando en ella, y es espiritual".
Tales afirmaciones evidencian que la "sangre de la uva" posee un profundo
significado. Se refiere a la purificación y la transmutación de la sangre del hombre.
Cristo dijo a Sus discípulos. "Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos". Un
aspirante consagrado se pone, mediante el pan y el vino, en la mayor y más perfecta
sintonización con Cristo y, por ello, es capaz de manifestar mayores poderes dentro
de sí.
Justino Mártir y Clemente de Alejandría insisten en que fue Cristo quien se
apareció a Jacob en el sueño en el que vio una escalera que ascendía desde la Tierra
hasta el cielo, con los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella. Sobre ella estaba
el Señor, que dijo: "Yo soy el Señor, Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac"
(Génesis 28:13). Cipriano, citando el Génesis (35:1), escribe: "...creyendo, como
todos los Padres han hecho, que el Dios del que se habla, que se apareció a Jacob
cuando huía de Esaú, era Cristo".
Como se dijo en el tercer volumen de la Interpretación de la Biblia para la
Nueva Edad, iluminados maestros, a lo largo de las edades, han comprendido y
enseñado a sus discípulos que el trabajo de la Escuela de Misterios y las varias
formas de sus Iniciaciones, no eran sino etapas preparatorias para la venida del
Supremo Maestro del Mundo, el Señor Cristo. Esta afirmación sigue siendo cierta en
cuanto a los Maestros clarividentes de la dispensación del Antiguo Testamento, pues
se preparaban, a sí mismos y a sus seguidores, para servir, más tarde, a Cristo.
Durante sus sueños, se le enseñó a Jacob a leer en la Memoria de la Naturaleza. Allí
vio la escala involucionaria-evolucionaria que se extiende de los cielos a la Tierra y
de la Tierra a los cielos, con multitudes de espíritus descendiendo a la encarnación y
reascendiendo al cielo, tras haber aprendido sus lecciones terrenas.
El Sendero del Discipulado ha sido similar en todas las épocas. Los aspirantes
han tenido que enfrentarse a las mismas pruebas y obtener las mismas victorias. Sólo
cambian los detalles, a lo largo de las sucesivas épocas. Este Sendero de Iniciación
está descrito, con excepcional fidelidad, en la vida de Jacob.
Se dice en el Génesis (32:24) que, cuando Jacob fue abandonado, "luchó con
un hombre hasta romper el día". Al concluir este incidente, quedó claro que, Aquél
que había prevalecido sobre Jacob estaba investido de autoridad sobrehumana,
puesto que dio a Jacob su nuevo nombre de Israel: "Porque, como un príncipe, tienes
poder con Dios y con los hombres". La experiencia aquí relatada está preñada de
significado. Que el Señor Cristo fue el Maestro y el Guardián de Jacob, lo destacaron
Justino Mártir, Clemente de Alejandría e Ireneo.
La experiencia de Jacob, luchando toda la noche con un ángel, y no dejándolo
hasta recibir una bendición, resulta familiar en el Sendero del Discipulado. Los
poderes espirituales, latentes en el interior de cada aspirante, se hacen con ella
suficientemente dinámicos para manifestarse en su vida. La admonición de San
Pablo a sus discípulos era: "Que Cristo se forme en vosotros". Esto ha de lograrse
por todo candidato antes de convertirse en pionero de la Dispensación Crística.
Mediante ello, la vida de Jacob quedó completamente transformada. Se separó de
Esaú (la naturaleza inferior) para siempre; y, de acuerdo con ese cambio interno, en
lo sucesivo no se llamó Jacob, sino Israel (los que ven a Dios). Jacob era ya, pues, un
conquistador heroico y un siervo fiel. Se había calificado como trabajador de la Viña
de Cristo, que dijo: "Cualquiera, entre vosotros, que desee ser el primero, que sea el
siervo de todos" (Marcos 10:44).
Refiriéndose aún al versículo del Génesis 32:24, que dice que "Jacob fue
abandonado y allí luchó un hombre con él", Orígenes escribió: "¿Quién sino podía
ser, que es denominado, a la vez, Dios y hombre, el que luchó y contendió con Jacob,
que Aquél que habló varias veces y de varias maneras a los Padres (Hebreos 1:1), el
Santo Verbo de Dios, llamado Señor y Dios, que también bendijo a Jacob y le llamó
diciéndole: "Tú has prevalecido con Dios"?. Los hombres, pues, de aquellos tiempos,
vislumbraban al Verbo de Dios, como ocurrió a los apóstoles del señor, que dijeron:
"Lo que existió desde el principio, lo que oímos, lo que hemos visto con nuestros
propios ojos, y lo hemos mirado, y nuestras manos lo han tocado: La Palabra de
Vida" (I Juan 1:1). Palabra de Vida que también Jacob vio y dijo: "He visto a Dios
cara a cara".
Desde allí, Jacob subió a Bethel para construir allí un altar, en el que consagró
a Dios su vida. Muchos, que pasan por esta exultante experiencia, son conscientes de
la presencia de Cristo y del tierno derramamiento de bendiciones a su alrededor.
Bethel significa la casa de Dios y es en Bethel donde el candidato victorioso hace su
dedicación absoluta.
Hipólito, un escritor eclesiástico del siglo tercero, y discípulo de Ireneo, hizo
la siguiente afirmación sobre Cristo, tal como se le describe en la profecía de Jacob
(Génesis 49:9) y en el Apocalipsis (5:5): "Dado, pues, que el Señor Jesucristo es
Dios, en base a Su regia y gloriosa condición, se habló de Él como de un león".
Cuatro de los más célebres Padres de la Iglesia - Justino Mártir, Clemente de
Alejandría, Ireneo y Tertuliano - afirman que no fue otro que Cristo quien se
apareció a Moisés en la zarza ardiendo. Este fenómeno era un reflejo del Cristo
Cósmico, acercándose más y más a la Tierra, antes de Su humana encarnación. Cristo
es el Señor del Sol y el jefe de los Espíritus Solares, los arcángeles. La Dispensación
Cristiana está guiada por la Jerarquía de Leo, los Señores de la Llama. Por eso la
Iniciación del Fuego está directamente conectada con los Misterios Crísticos. Este
fuego no es una llama que arde, sino una luz que purifica y transmuta. La zarza que
"ardía" no se consumía porque ardía en esa luz. Esta experiencia de Moisés es una
expresión, velada, de la exaltación producida por la Iniciación del Fuego.
De acuerdo con muchos Padres de la Iglesia, Justino Mártir creía que fue
Cristo quien habló con Moisés, desde fuera de la zarza, y condenó a quienes
confunden al Dios Padre con Su Hijo. "Los que dicen que el Hijo es el Padre, no
están convencidos, ni de conocer al Padre, ni de comprender que el Dios del universo
tiene un Hijo que, siendo Unigénito Verbo de Dios, es también Dios. Y que,
formalmente, se apareció a Moisés y a los otros profetas en forma de fuego, como
imagen incorpórea".
Clemente de Alejandría es otra de las autoridades que aseguran que fue Cristo
quien dijo a Moisés: "Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de la tierra de
Egipto". Ese poder de Cristo es el que saca siempre de Egipto al aspirante. país que
representa, simbólicamente, el sometimiento a los sentidos y a la oscuridad de la
mente mortal.
A Moisés de le permitió ver la Tierra Prometida, país que manaba leche y miel
(la Dispensación Crística del ciclo Acuario-Leo). El santo Orígenes nos dice que fue
Cristo quien dio a Moisés las Tablas de la Ley sobre la montaña sagrada, cuando le
enseñó a leer en el registro akásico. Él vio, entonces, que la civilización de la Quinta
Raza Raíz iba a tener su fundamento en las leyes que serían conocidas como Los
Diez Mandamientos. Vio también que el mismo Cristo traería una extensión de esas
leyes, cosa que hizo con los preceptos del Sermón de la Montaña. La Humanidad de
la Quinta Raza Raíz está aún muy lejos del desarrollo para ella previsto en el plan
divino. Sólo unos cuantos de sus miembros han alcanzado el punto de su evolución
en el que se vive totalmente de acuerdo con los Diez Mandamientos; y, menos aún,
tienen una idea del valor espiritual del Sermón de la Montaña.
Como se ha expuesto en los volúmenes de la Interpretación de la Biblia para
la Nueva Edad, la polaridad es la nota-clave del cristianismo místico. Las dos
columnas de la polaridad están constituidas por los Diez Mandamientos (columna
masculina) y el Sermón de la Montaña (columna femenina). Porque, para el hombre
crístico de la futura raza de Leo-Acuario, los Diez Mandamientos serán los cimientos
sobre los que basará su vida diaria, mientras que el Sermón de la Montaña será la
estructura superior, mediante la que se ascenderá a mayores niveles de desarrollo.
El Dr. Rudolf Steiner, en su obra El Evangelio de San Juan, dice que "cuando
éste escuchó la voz que le llamaba y le dijo: "Cuando proclames mi nombre di que
YO SOY quien te lo dijo", aquí, por primera vez, resuena el conocimiento y la
manifestación del Logos, el Cristo... Isaías habló con él. ¿Con quién habló Isaías?.
Se hace aquí referencia al pasaje de Isaías 6:1 que dice: "El año en que el rey Usías
murió, vi también al Señor sentado en un trono elevado, y su séquito llenaba el
templo". ¿A quién vio Isaías?. Está claramente expresado en el Evangelio de San
Juan: Vio a Cristo, al Logos de quien el Evangelio de San Juan habla. El autor de
este Evangelio piensa que, ni más ni menos que el Uno, que puede ser siempre
percibido en espíritu, se hizo carne y habitó entre nosotros".
Se plantea, a veces, la pregunta de por qué no se cita a Jesús en el Antiguo
Testamento. Su nombre está en él, pero bajo otra forma. El equivalente hebreo del
nombre griego Jesús es Josué. En Números 13:16 a Josué se le llamó Jehoshue, que
significa Jehová es el Salvador.
Éste es, exactamente, el sentido dado a la palabra Jesús en Mateo 1:21: "Y le
llamarás Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados". El hecho de que
Josué naciese con un nombre de tan elevado poder vibratorio es, en sí mismo, una
evidencia de su elevada condición espiritual.
En el camino hacia Jericó, Josué se encontró con un ser brillante con una
espada flamígera. Tan impresionado quedó por su esplendor que se postró, ante él,
en el suelo. Este visitante espiritual, según el Libro de Josué, era "capitán de las
huestes del Señor", y le ordenó descalzarse porque la tierra sobre la que estaba era
tierra sagrada. Josué lo hizo así. El pasaje dice que, cuando Josué levantó los ojos,
"vio a un hombre, en pie frente a él, con una espada desenvainada en la mano; y
Josué se dirigió a él y le preguntó: Eres de los nuestros o del enemigo?. Y él
contestó: No. Soy el general del ejército del Señor y acabo de llegar. ¿Y qué orden
trae mi Señor a su siervo?" (Josué 5:13-15).
Comentando el anterior pasaje, dice Orígenes: "Josué, por tanto, no sólo sabía
que venía de la parte de Dios, sino que era Dios, puesto que, si no lo hubiera sabido,
no lo hubiera adorado. Porque, ¿quién es el capitán del ejército del Señor sino
Nuestro Señor Jesucristo?". Esto coincide con la opinión de otros Padres de la
Iglesia, en el sentido de pensar que, quien se apareció, bien en forma humana, bien
en la de ángel, a cada uno de los Patriarcas, fue Cristo.
Habiendo obtenido el equilibrio perfecto en su interior, lo cual es signo de
elevada Iniciación, Josué, se dice que hizo detenerse al sol y a la luna. Era el
discípulo más avanzado de Moisés, y su sucesor como Maestro y conductor de Israel,
así como un emisario de la futura Dispensación Crística.
El ascenso de Elías a los cielos en un carro de fuego es la descripción de otro
espíritu iluminado, que estaba siendo preparado, mediante la Iniciación del Fuego,
para trabajar, tanto en los planos internos como en los externos, anticipándose a la
venida de Cristo. Esta fue, igualmente, la Iniciación de los Tres Hombres Santos que
fueron introducidos en un horno ardiendo y salieron incólumes, como dice el Libro
de Daniel. Este Libro contiene, en su totalidad, mucha información sobre la
Iniciación del Fuego (véase Volumen III de la Interpretación de la Biblia para la
Nueva Edad).
El Libro de Daniel está íntimamente relacionado con el trabajo de la Jerarquía
de Leo. Era a la Iniciación del Fuego, puesto que guarda los umbrales de los
Misterios Crísticos, a la que el Supremo Maestro se refería, cuando le dijo a
Nicodemo: "Si un hombre no nace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el
Reino de Dios", la nueva Orden de Cristo.
Con relación a los Tres Hombres Santos (iniciados) que fueron introducidos en
el horno ardiendo, Tertuliano hacía la siguiente afirmación: "Jesús fue visto por el
rey de Babilonia en el horno, con los mártires, ya que era esa cuarta persona, como
Hijo del Hombre; lo mismo le fue revelado expresamente a Daniel cuando le dijeron
que el Hijo del Hombre vendría, como juez, entre las nubes del cielo; la Escritura
enseñó, asímismo, de antemano, que los gentiles conocerían más tarde, en la carne, a
Aquél a quien Nabucodonosor vio, muchos antes, sin carne, reconociéndolo en el
horno y considerándolo como el Hijo de Dios".