¿ LOS REYES MAGOS SON VERDAD ?
Acercándose ya la noche de los Reyes Magos, una niña preguntó a su padre lo siguiente: - ¿Papá? - Sí, hija, cuéntame - Oye, quiero... que me digas la verdad - Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido - Es que... -titubeó Teresa - Dime, hija, dime. - Papá, ¿existen los Reyes Magos? El
padre de Teresa se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el
origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan
sorprendido como el suyo que le miraba igualmente. - Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad? La nueva pregunta de Teresa le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo: - ¿Y tú qué crees, hija? -
Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que
existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso... - Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero... - ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado! -
No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen
-respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Teresa. - Entonces no lo entiendo, papá. -
Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya
ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras
señalaba con la mano el asiento a su lado. Teresa se sentó entre sus
padres, ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y
su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera
historia de los Reyes Magos: - Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes
que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al
Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y
el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de
los Reyes, Melchor, dijo: - ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían. -
¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de
hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de
niños como hay en el mundo. Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó: -
Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos
magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el
mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan
bonito. Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no
podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita
parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el
Portal: - Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros
regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué
necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños? - ¡Oh,
Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos
millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran
llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos
tener tantos pajes, no existen tantos. - No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo. - ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración. - Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios. - Sí, claro, eso es fundamental - asintieron los tres Reyes. - Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños? - Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres. - Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres? Los
tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios
estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír: - Puesto
que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de
Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno
que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se
conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra
parte regalen a sus hijos los juguetes que deseen. También ordeno que,
mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si
la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean
suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta
historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños
harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del
Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más
felices. Cuando el padre de Teresa hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo: - Ahora sí que lo entiendo todo, papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado. Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía: - No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero. Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
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