Cuando pienso en la cualidad espiritual de la compasión, pienso en Jesús. El amor que él compartió con los demás era un bálsamo sanador. En momentos callados recuerdo la compasión de Dios por mí y por todas las personas.
Aparto tiempo para experimentar plenamente el amor de Dios. Luego lo extiendo hacia los demás con palabras y acciones compasivas. A lo largo del día, reconozco el Cristo en ellos y les envío pensamientos y oraciones afables que afirman su verdad. Vincularme corazón a corazón aumenta mi sentido de unidad. Somos uno con Dios y uno los unos con los otros. Como una expresión divina, me uno y sirvo a la humanidad con compasión.
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad.—Colosenses 3:12