La acción de su amigo tuvo tan fuerte valor sugestivo, combinado con una pequeña ayuda oculta que le proporcioné, que se curo.
Desde el punto de vista de la moral convencional mi discípulo rompió nuestras normas, engañó a su amigo e hizo una bestia de sí mismo, como dice la frase; pero desde el punto de vista de la Supramoralidad actuó como un heroico samaritano.
Así que es necesario hacer que la gente se dé cuenta de que no hay una verdad moral absolutamente permanente -y, por favor, no confundan las verdades morales con las espirituales; las últimas son permanentes, mientras que las primeras dependen de una gran variedad de circunstancias cambiantes. Por ejemplo, la moral en el Tibet no es la moral de New York. Si aquí en los Estados Unidos una mujer se casa, no sólo con Mr. X, sino también con todos sus hermanos, será vista como un símbolo de depravación. Si, por el contrario, en el Tibet rehúsa casarse con aquellos hermanos, será con¬siderada igualmente como un símbolo reprensible. Y no se puede decir que los tibetanos sean bárbaros y nos neoyorquinos no ésta no es la razón. La razón es simplemente que en el Tibet no hay suficientes mujeres para todos. Y lo que es más, si esta fantástica guerra hubiera durado mucho más, puede que no hubiera habido suficientes hombres en este país, y por tanto un hombre no sólo se hubiera tenido que casar con su amada, sino también con las hermanas de su novia. Ríanse Vds. y hacen bien, pues cada cosa tiene su lado divertido, pero sus menos iluminados compatriotas no se reirían de tan improcedente situación. Dirían que esto era intensa y desagradablemente inmoral.
Seamos honestos y suficientemente valerosos para reconocer los hechos. ¿Es más grave matar a cientos de seres inocentes porque las naciones están en una confusión por rehusar amar a sus vecinos, o es más grave casarse con varias mujeres para salva la población del resultado de aquella confusión.
Déjenme decides lo que pensarían al respecto los moralistas, aunque yo no estoy de acuerdo con su opinión: Durante centurias esa clase de matanza a gran escala ha sido vista como algo grandioso y heroico, porque una cosa que es un mal a pequeña escala es justificado cuando se aumenta de tal manera que no es una cuestión lógica. Pero yo les digo que la causa de esa inconsistencia está en un convenio verbal, o tradición, si Vds. lo prefieren."
"Y por tanto Vds. deben darse cuenta de que quienes estamos intentando hollar el Sendero de la Sabiduría no podemos tener el mismo punto de vista en cuestiones morales que la mayor parte de la gente; lo que requerimos es algo más elevado, más elástico, más espiritual; en vista de que la moral no sólo cambia según el lugar, nación y clima, sino también con los tiempos, necesitamos un criterio diferente al de la moral tradicional, de lo que está bien y de lo que está mal. Y si alguna gente no esta dispuesta a creer que la moral cambia con los tiempos, que busquen en el libro más sagrado de todos los pueblos de Occidente y lean cómo antes el ideal de justicia era" ojo por ojo y diente por diente". O lean más adelante todavía en el libro de Salomón,
considerado como el hombre más sabio -lo que seguramente implica también el más moral- que jamás vivió. Y contéstenme a esto: ¿Cómo consideraría la gran masa de americanos exigentes, con su legislación contra esto y aquello, a un hombre que tuviera setecientas esposas y doscientas concubinas? ¿Considerarían a este hombre como el más sabio de todo el continente? Me gustaría saber cómo podría dicho hombre encontrar tiempo para cultivar la sabiduría, bajo la tensión de tan extensas y eróticas obligaciones."
Estas palabras fueron cogidas con un murmullo de risas, pero el Maestro continuó impasible: "Y, a propósito, ya que hemos tocado el tema de la legislación, debo señalar que ningún supramoralista atenta contra la libertad de los demás sólo los moralistas hacen eso. Por todos los medios permiten a los hombres hacer tantas leyes como gusten, si eso les divierte, pero les permiten hacerlas para ellos mismos, y no para los demás. ¿De qué manera podemos ser partícipes de los asuntos de los demás? ¿Creen Vds. que forzando a nuestros semejantes a hacer esto o aquello estamos adelantando su evolución? ¿Adelantarían Vds. la evolución de un gran luchador atando sus manos? No. Sólo hay un medio para adelantar la evolución de nuestros semejantes, y es persuadiéndoles, no forzándoles, fíjense bien, a alterar sus motivos: pues el motivo es lo importante, la acción es secundaria. Si pueden enseñar a la gente a pensar con el corazón tanto como con el cerebro habrán hecho algún bien."
Con esto terminó la plática por aquella tarde, pero el Maestro abrió el diálogo.
"¿Quieren hacer algunas preguntas?, dijo.
"¿Cómo definiría Vd. una verdad espiritual?", preguntó la muchacha que había junto a mí. "Antes dijo que no debemos confundir las verdades espirituales con las verdades morales."
"Cuando el yogui dice que todo es Bramhan, "contestó, "está expresando una verdad espiritual. O cuando decimos que solamente hay un ser, esto es una verdad espiritual. Ta¬les verdades son permanentes, inmutables; las verdades morales son relativas y, por tanto, sujetas al cambio. ¿Algu¬na pregunta más?"
Nadie respondió, por lo que El Maestro descendió de la pequeña plataforma y todos se levantaron de sus sillas. Hablaron en voz baja y se dirigieron a la gran mesa que había en un extremo de la habitación, en la que se sirvieron sencillos refrescos. Me ofreció bocadillos una muchacha excesivamente bella que, de la forma más natural del mundo, "hizo amistad conmigo" , diciéndome en primer lugar que estaban muy contentos de tenerme entre ellos, y que esperaba que me sintiera como en mi casa, etc., etc. Otros pocos hicieron lo mismo, siendo la base de las conversaciones el deseo de que me sintiera como en mi propio hogar y, por supuesto, así fue.
La mayor parte de los discípulos con los que estaban eran menores de cuarenta y cinco años, aunque había unos pocos con más de dicha edad, y uno de ellos se acercaba a los setenta, Me sentí especialmente asombrado por su as¬pecto saludable en extremo, aunque nadie podría describir¬le como una persona robusta o especialmente musculosa.
El espíritu de afabilidad era particularmente evidente en ellos, y debo decir que mientras estuve en su compañía no encontré ni una sola vez algo que se pareciera a una charla maliciosa.
Después de una media hora de conversación, el pequeño grupo mostró signos de marcharse. Uno o dos de los invita¬dos estrecharon la mano de M.H. antes de irse a casa, pero la mayoría noté que se despedía "a la francesa" o daba las "buenas noches a todos". Como yo tenía la esperanza de una cita con M.H. al día siguiente, me quedé el último y cambié unas palabras con él.
"Bueno, ésta es la forma de hacer las cosas aquí", dijo alegremente, "espero que haya hecho Vd. algunos amigos." Le dije que todos habían sido muy amables conmigo.
"Hay una o dos personas con las que me gustaría que intimara. Veamos ahora", reflexionó, "mañana jueves Viola Brind vendrá a las cinco, y trae una amiga que puede llegar a ser discípulo. Sí, así lo haremos. Vuelva a las cinco también Vd. Y tomaremos el té. Cuando los demás se hayan marchado podremos charlar." Y con esto nos despedimos.
Cuando iba por el vestíbulo, encontré a un hindú cerca del cual había estado sentado; estaba recogiendo sus cosas.
"Sigue Vd. mi camino?", le pregunté. "Adónde va Vd.?"
"Hacia la calle B..."
Me dijo que se dirigía hacia allí y le sugerí que fuéramos paseando juntos. Era un hombre de una naturaleza extraordinaria y de los rasgos más bellos de cuantos había conocido; me preguntaba mientras caminábamos si estaría muy evolucionado. No era hombre muy hablador, aunque su silencio no daba impresión de frialdad.
"Lleva Vd. mucho tiempo con el Maestro?", pregunté.
"Sí", contestó reprimiendo una amable sonrisa como la que aparece cuando un niño hace una pregunta ingenua.
"Entonces supongo que estará muy avanzado."
Esta vez no reprimió su sonrisa.
"Todas la cosas son relativas", contestó sin más.
No soy preguntón por naturaleza, pero si la información incide sobre mi Maestro la busco en cualquier parte que esté, igual que un muchacho hambriento busca comida; por tanto insistí. "Practican Yoga aquí todos Vds?"
"Qué entiende Vd. por Yoga?" "¡ Toma!, pues posturas, ejercicios respiratorios, meditación. "
"No, en absoluto", me miró benignamente y preguntó:
"¿Pueden succionar los elefantes la miel igual que las abejas, o la mangosta llevar un jinete como un caballo?"
Supuesto que no, y me sentí divertido interiormente con sus sonrisas.
"Entonces que métodos emplea M.H?"
"Los que son más adecuados a cada discípulo, y son tantos Y tan variados como los temperamentos y ocupaciones de los discípulos mismos."
Y esto fue todo lo que conseguí de él, pues acabábamos de llegar a su apartamento o lo que fuera. Para mi pesar nunca volví a verle. Después supe que se, marchó a la India al día siguiente.
Pero aquella primera noche aún me encontré con otro de los discípulos. Lo encontré sentado en el canapé de mi hotel, leyendo el periódico. Era músico y había estado hacien¬do una gira por los Estados U nidos teniendo la suerte de encontrarse con M.H.
"Nos volvemos a ver esta noche", dijo haciéndome señas alegremente, ¿quiere sentarse y charlar antes de marchar¬nos?"
"Por supuesto", contesté, dándome cuenta al momento de que seria más comunicativo que mi amigo hindú. "¿Dónde conoció Vd. a MH?,', pregunté sin más preámbulos.
"En Londres, por medio de un amigo. ¿Y Vd?"
"En Londres, también"
"Entonces ¿se conocen Vds. desde hace tiempo?" Moví la cabeza en señal de asentimiento. "Quién era aquel impresionante hindú? Paseé un poco con él". "Oh, es el yogui...", mencionó un largo nombre sánscrito, "es un compañero maravilloso."
"Ciertamente le rodea una aureola maravillosa", dijo "y me pareció muy evolucionado."
"Sí, lo es, pero se dará Vd. cuenta con el tiempo de que muchas de las personas que puedan no parecerle muy evolucionadas, son las más avanzadas de todas. Aquel yo¬gui, por ejemplo, fue un hermitaño en la jungla durante diez años, y no habló una palabra en tres, así se me ha dicho."
"El hecho de que M.H. sea su Gurú (Maestro) en vez de uno de los Maestros hindúes parece muy curioso."
Encontrará muchas cosas curiosas aquí. Yo hace tiempo que abandoné la idea de intentar resolver enigmas. Aunque la solución de éste creo que es fácil. ¿Supone Vd. que esta es la primera vida en la que se ha encontrado con MH?"
"No".
"Luego entonces, como el vínculo entre un Maestro y su discípulo es el más fuerte de todos, persiste vida tras vida, ¿no es cierto?”
Me mostré de acuerdo con él.
"Entonces ¿cree Vd. realmente que porque en esta encarnación MH haya nacido en Inglaterra y su discípulo en la India existe algún obstáculo para sus relaciones?"
"No, naturalmente que no, ahora que me lo ha explica¬do".
"Además", prosiguío, "MH estuvo en la India años y años."
"¡Dios mío!, entonces ¿qué edad tendrá?", exclamé.
"Oh, alrededor de cien", contestó con bastante indiferencia; luego, corrigiéndose a sí mismo: "No, realmente sólo lo saben uno o dos de sus discípulos, pero no lo revelarán."
Tarareó una canción y tocó con los dedos en el brazo de su sillón.
Le ofrecí un cigarrillo.
"No, gracias. No fumo", dijo.
"¿No se lo permite?"
"No se trata de permiso en este caso. Se me aconsejó que no lo hiciera: ello agravaría una oscura y obstinada dolencia que tengo."
"No puede curarle MH?"
"Querrá decir si no quiere... Cuando yo haya aprendido a ignorar la dolencia y a trabajar tan eficazmente como si no la tuviera, él se ocupará de su curación. Dice -bueno Vd. sa¬be como dice estas cosas- 'Hijo mío, se adquiere mayor perfeccionamiento haciendo un buen trabajo a pesar de tener un cuerpo enfermo que curándolo'."
"Yo tenía entendido que Buda dijo que la salud perfecta era necesaria para alcanzar la salvación."
"Quizá lo dijera, y supongo que en nuestra encarnación final tendremos una salud espléndida. No sé acerca de Vd.," añadió con humor, "pero a mi me queda un largo camino que recorrer hasta llegar a eso."
"¡Dios mío!, yo..." exclamé, "sin embargo, como Vd. sabe, Ramakrishna fue un gran santo y murió de cáncer."
"Sí, porque solía asumir el karma de otras personas. Pero entonces no era un Maestro."
"Cómo sabe Vd. eso?"
"MH me lo dijo. Dijo que estaba cerca del Adeptado, pero que no lo había alcanzado todavía."
"¿Espera el Maestro que sus discípulos estudien libros filosóficos durante cierto tiempo cada día, como se hace en algunas escuelas esotéricas?", le pregunté después de hacer una breve pausa.
El músico soltó una carcajada. "No estamos aprendiendo el alfabeto ocultista: la mayor parte de nosotros hemos hecho eso antes de venir aquí. Y o acostumbraba a leer durante tres o cuatro horas al día antes de encontrar a MH -no como un deber, sino porque me gustaba. Cuando Vd. ha extraído todo el conocimiento que puede de los libros, entonces aparece el Maestro. Dice que la gente que escribe os libros sólo sabe hasta un límite. Porque las reglas dadas n los libros son completamente inadecuadas para cierta gente, e incluso hacen daño. He leído en alguna parte, por ejemplo, que, a menos que Vd. medite durante media hora l día, no podrá llevar una vida espiritual. A mí se me ha dicho que no medite más de cinco minutos, porque esa clase
de concentración necesita mucha más energía, y MH dice que toda la energía que tengo debo emplearla en mi traba¬jo."
"Estoy aprendiendo bastante esta noche", observé con sinceridad, "ha sido una gran suerte encontrarme con Vd."
Sonrió de nuevo. "No ha sido suerte. El me dijo que aguardara aquí esta noche - considerando que nos hospedamos en el mismo hotel. Nos entusiasmamos hablando y discutiendo entre nosotros, especialmente cuando llega uno nuevo. Naturalmente", añadió entre paréntesis, "todos nosotros tenemos nuestros secretos, pero si no supiéramos guardarlos, tanto peor para nosotros. El nos dijo un día que, a veces, podíamos aprender más hablando entre nosotros que escuchándole a él. Sobre esto tengo mis dudas Vd. sabe lo modesto que es pero he encontrado algo de verdad en ello. "
"Bueno, espero que nos encontraremos más a menudo para charlar más."
"Yo también lo espero, y desearía no tener que marcharme pasado mañana para dos o tres meses. Me quedaría aquí para siempre si tuviera suerte. Todavía, como él dice que estos viajes son en beneficio de nuestro trabajo, tengo que consolarme con eso. Después de todo...", dejó de hablar haciendo un gesto.
Seguimos hablando durante otras dos horas, y no nos habríamos acostado a no ser por los sirvientes del hotel, que vinieron y nos miraron disgustados por malgastar la luz.
Texto del libro "EL INICIADO EN EL NUEVO MUNDO"
AUTOR: Cyril Scott