Un
hombre que había sufrido muchos años de depresión y enfermedades graves de su
mente atribulada, se regocijó al escuchar las palabras de Jesús y levantándose
de su lecho salió caminando.
Este pobre hombre esperó todos esos años que viniera alguien a ayudarlo,
su sensación de inutilidad era tal que no se le había ocurrido ni una vez,
ayudarse a sí mismo, lo cual debería haber hecho desde el comienzo para poder
curarse”. 1650
Cuantas veces, nosotros
actuamos igual que este hombre enfermo, nos sumimos en nuestras quejas por lo
que nos está pasando y culpamos a la sociedad que está en decadencia, al
gobierno porque sus leyes son ineficaces, a nuestros padres porque con su
educación nos traumaron, a los hijos porque no nos atienden como debieran, a los
vecinos porque son poco colaboradores,
a la mala suerte y así suma y sigue hasta que por último culpamos a Dios de
estar castigándonos injustamente y no titubeamos en decirle: Señor ¿ por qué a
mi ?.
Ponemos así la causa de
nuestros problemas fuera y por eso, lo único que se nos ocurre es quejarnos, en
espera que algo extraordinario pase o que alguien nos escuche y nos dé la
solución, pero como la mayoría de los seres humanos está en las mismas
condiciones, nuestras quejas no son escuchadas y con ello nuestro corazón se va
endureciendo y nos vamos cerrando a la única solución posible que es la
autoayuda, el buscar no afuera, sino dentro de nosotros la causa del problema y
la solución del mismo, porque todo cambio es positivo si es
consciente.
“El
hombre no debe culpar a Dios por sus aflicciones ya que son el resultado natural
de la vida que elige vivir, tampoco el hombre debe quejarse de esas experiencias
que son parte de la vida tal como se vive en este mundo”. 1661
Si
en nuestros momentos de aflicción, en vez de quejarnos, tomáramos contacto con
nuestro Espíritu residente y recordáramos que somos hijos de Dios, y que como a
tales Él nos ama, nuestra actitud sería diferente porque “cuando las almas
afligidas buscan sinceramente a Dios, hambrientas de verdad, sedientas de
justicia, nada puede retenerlas en su cautiverio. Sea cual fuere el abismo en el cual puedan
haber caído. Cuando buscan la luz con
todo su corazón, el espíritu del Señor Dios del cielo, las liberará de su
cautiverio, las circunstancias de la vida serán arrojadas a la tierra firme de
las nuevas oportunidades, para un servicio renovado y una vida más sabia”.
1428
Dios solucionará nuestros problemas sólo en la medida que nosotros busquemos
la luz con todo nuestro corazón. Debemos
pues, hacernos responsables de nuestra vida y ser los arquitectos de nuestro
propio destino, porque si estamos unidos al Padre, podemos tener la certeza que
las circunstancias malignas de la vida se transformaran en nuevas oportunidades,
porque “es la voluntad del Padre que el hombre mortal trabaje con perseverancia
y firmemente hacia el mejoramiento de su condición en la tierra”.
1661
yolanda silva solano yosis282@gmail.com