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ara empezar a vivir, jamás es tarde; pero dejar de sentir no
es vivir... ¡es de cobardes!. Quiero vivir otra vez,
y otra vez intentarlo y si el camino se acaba ante a ti...
¡no hay que aceptarlo!.
Hay que buscar un sendero mejor... ¡y caminarlo!
Son muchos los músicos que en sus letras, entre líneas,
nos deja un vislumbrar esotérico.
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Reflejos del Alma
Hoy sentí la necesidad de un encuentro a solas conmigo mismo(a).
Escapar, sí, escapar al lugar ideal. Un lugar donde pueda
estar en pleno contacto con la naturaleza.
Solos, sólo la naturaleza, mi silencio, mi alma y yo.
Necesitaba ese encuentro para recordar lo que es real e importante en mi vida.
A veces la rutina, las responsabilidades,
los errores, los problemas y demás, nos agobian y creemos que
no hay salida, que no hay solución, que
estamos al borde del abismo, próximos a caer al vacío.
Pero no, sentado(a) observando el reflejo de mi rostro en las cristalinas aguas de aquel río,
no sólo vi mi rostro, también vi mi alma.
Me vi en mi pura inocencia, en mi más simple humildad, pero aún deseosa
de luchar. Vi el deseo de mi incansable
espíritu guerrero que me miró directo a los ojos y me recordó que
siempre debo tener fe y hacer lo correcto.
Por eso, escojo vivir, si, vivir para siempre. Vivir haciendo el bien y dando amor.
Vivir plenamente, sin miedos, sin dudas SOLO VIVIR.
Mírate tú. Mírate tu desde adentro. Si no te miras desde adentro y no logras ver tu luz
interior y nunca lograrás alcanzar tus metas y más grandes anhelos.
El atardecer de la vida
El sol se despedía del Imperio Tré.
El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?
La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- Los atardeceres –respondió.
El vasallo preguntó, confundido:
- ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa
que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré.
Y reafirmándose, exclamó:
- ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.
La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos
llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos
en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son
momentos que me dicen cosas de mí misma.
- ¿Cosas? ¿De ti misma...? – inquirió el vasallo. No sabía a
qué se refería la viejecilla con aquella frase.
Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos,
como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio es precioso, al final llega a ser
plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!
La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color
rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo
guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.
La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y
como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de
nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloreé con hermosos
colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de
nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.
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Pentimento