Tengo una fe interna que se profundiza más cada día.
El cambio puede ser desconcertante y tal vez requiera hacer ajustes en mi vida. Lo que me apoya al enfrentar lo desconocido es mi fe. No hay nada que temer cuando la vida me presenta un desafío. Tengo fe en que todo lo que necesito ya mora en mí. Mi fe ha crecido con cada situación que he superado en mi vida. Dios nunca me abandonará ni me decepcionará. Sólo tengo que estar consciente de Su presencia en mí.
Cada momento en el que oro o medito profundiza mi fe. No existe nada que no pueda manejar si lo enfoco con fe. Cuando me aferro a la verdad que soy un ser espiritual, mi resolución es fortalecida. Mi fe profunda en el espíritu divino en mí aclara y da sentido a mi día.
Al oír esto Jesús, se quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “De cierto les digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.—Mateo 8:10
Cada día me da la oportunidad de observar mis creencias. ¿Acaso he creído que tengo una capacidad limitada para dar y recibir? O ¿tengo el hábito de pensar que no soy lo suficientemente apto? De ser así determino apartar mi atención de la negatividad. Dejo ir las percepciones antiguas y abro los ojos para ver mi esencia verdadera. Yo soy el Espíritu en expresión.
Las afirmaciones y oraciones se convierten en puntos de apoyo que me guían a la luz y el amor en el centro de mi ser. Descanso en el conocimiento de que mi mente es una con la mente divina. Yo soy un centro radiante de luz y comprensión. Suelto todo pensamiento de limitación. Como criatura amada de Dios, tengo acceso a la comprensión y a la claridad cada día.
Confía en el Señor de todo corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.—Proverbios 3:5