“Dejen que los niños vengan a mí”. Estas palabras resuenan en mí cuando re-cuerdo que soy uno con la presencia de Cristo. Esta presencia mora en mí, guiando mi camino y ayudándome a superar cualquier obstáculo. En armonía con esta presencia, estoy plenamente consciente de mi entorno.
Ando con seguridad y confianza, sabiendo que la presencia de Cristo ilumina mi sendero. Antes de comenzar una tarea o crear un plan, abro mi mente y corazón al Cristo en mí. Al hacerlo, recibo orientación intuitiva sobre el curso que debo tomar, y me siento protegido a cada paso del camino.
Abro mi corazón a la presencia de Cristo en mí y sé que todo está realmente bien.