Cuida de no
herir el respeto propio de las almas temerosas y miedosas.
Libro de
Urantia. Pág.1765
La agresividad es como un virus
contagioso y hereditario, los padres gritones, descalificadores y castigadores
tanto con agresión física como psicológica, están formando niños agresivos y
adolescentes rebeldes. Pero también esto
sucede en hogares donde la madre es demasiado protectora y no pone ninguna
clase de límites. Los hijos al darse cuenta que el resto de la sociedad no
actúa de la misma manera, se convierten en frustrados, e inútiles.
La adolescencia es una etapa
compleja por sus cambios físicos y emocionales tienden a rechazar el mundo de
los adultos que está lleno de normas y exigencias. En el momento que por falta de ayuda pierden
el control, pueden transformarse en un
peligro, si son utilizados por líderes sin escrúpulos, como los que abundan en
la Red.
Hay otra forma aún más dolorosa de herir y es el silencio, la
indiferencia, ante el dolor o los problemas de nuestro prójimo. Esto se ve
mucho en los niños, que cuando se sienten solos hacen lo incorrecto para llamar
la atención, prefieren el castigo a ser ignorados.
No solo los niños sufren con la soledad y la incomprensión, también lo
hacemos los grandes, sobre todo cuando esa indiferencia viene de nuestros seres
más cercanos, como cuando Andrés, el día antes de comenzar la vida pública de
Jesús, lo encontró aislado llorando y le preguntó ¿Por qué lloras.? Y el Maestro contestó :estoy triste porque
nadie de mi familia ha venido a despedirme.
Es conmovedor el ver que el corazón humano de Jesús sufrió al igual que
nosotros y por lo mismo en los momentos en que nos sentimos solos, él nos
consuela.