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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Ceciomi  (Mensaje original) Enviado: 21/10/2016 16:41

Diez céntimos le di a un pobre 
y me bendijo a mi madre. 
¡Ay! qué limosna tan chiquita, 
qué recompensa tan grande. 
¡Qué limosna tan chiquita, 
qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa 
sin decirme ni ¡con Dios!? 
Me puedes mirar de frente, 
que estoy enterao de tó. 
Me lo contaron ayer 
las lenguas de doble filo, 
que te casaste hace un mes 
 y me quedé tan tranquilo. 
Otro cualquiera en mi caso, 
se hubiera echado a llorar, 
yo, cruzándome de brazos 
dije que me daba igual. 
Y nada de pegarme un tiro 
ni liarme a maldiciones 
ni apedrear con suspiros 
los vidrios de tus balcones. 
¿Que te has casado? ¡Buena suerte! 
Vive cien años contenta 
y a la hora de la muerte, 
Dios no te lo tenga en cuenta. 
Que si al pie de los altares 
mi nombre se te borró, 
por la gloria de mi madre 
que no te guardo rencor. 
Porque sin ser tu marido, 
ni tu novio, ni tu amante, 
yo fui quien más te ha querido, 
con eso tengo bastante.

              * * *

—¿Qué tiene el niño, Malena? 
Anda como trastornado, 
tiene la carilla de pena 
y el colorcillo quebrado. 
Y ya no juega a la tropa, 
ni tira piedras al río, 
ni se destroza la ropa 
subiéndose a coger nidos. 
¿No te parece a ti extraño, 
no ves una cosa rara 
que un chaval de doce años 
lleve tan triste la cara? 
Mira que soy perro viejo 
y estás demasiado tranquila. 
¿Quieres que te dé un consejo? 
Vigilia, mujer, ¡vigila!

Y fueron dos centinelas 
los ojitos de mi madre. 
—Cuando sale de la escuela 
se va pa los olivares. 
—Y ¿qué busca allí? —Una niña, 
tendrá el mismo tiempo que él. 
José Miguel, no le riñas, 
que está empezando a querer. 
Mi padre encendió un pitillo, 
se enteró bien de tu nombre, 
te regaló unos zarcillos 
y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije «te adoro» 
pero amarré en tu balcón 
mi laso de seda y oro 
de primera comunión. 
Y tú, fina y orgullosa, 
me ofreciste en recompensa 
dos cintas color de rosa 
que engalanaban tus trenzas. 
—Voy a misa con mis primos. 
—Bueno, te veré en la ermita. 
¡Y qué serios nos pusimos 
al darte el agua bendita! 
Mas luego en el campanario, 
cuando rompimos a hablar: 
—Dice mi tia Rosario 
que la cigüeña es sagrá, 
y el colorín, y la fuente, 
y las flores, y el rocío, 
y aquel torito valiente 
que está bebiendo en el río; 
y el bronce de esta campana, 
y el romero de los montes, 
y aquella línea lejana 
que la llaman horizonte. 
¡Todo es sagrado: tierra y cielo 
porque así lo quiso Dios! 
¿Qué te gusta más? —Tu pelo. 
¡Qué bonito me salió! 
—Pues, ¿y tu boca, y tus brazos, 
y tus manos redonditas, 
y tus pies fingiendo el paso 
de las palomas zuritas? 
Con la pureza de un copo 
de nieve te comparé; 
te revestí de piropos 
de la cabeza a los pies. 
A la vuelta te hice un ramo 
de pitiminí, precioso 
y luego nos retratamos 
en las agüitas de un pozo. 
Y hablando de estas pamplinas 
que inventan las criaturas, 
llegamos hasta tu esquina 
cogidos por la cintura. 
Yo te pregunté: —¿En qué piensas? 
Tú dijiste: —En darte un beso. 
Y yo sentí una vergüenza 
que me caló hasta los huesos. 
De noche, muertos de luna, 
nos vimos por la ventana. 
—¡Chssss! Mi hermanito está en la cuna, 
le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina, 
chiquillo loco, 
que mi madre no quiere 
ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas 
yo, inocente me pensé 
que la luna nos casaba 
como a marido y mujer.

¡Pamplinas! ¡Figuraciones 
que se inventan los chavales! 
Después la vida se impone: 
tanto tienes, tanto vales; 
por eso, yo al enterarme 
que llevas un mes casá, 
no dije que iba a matarme, 
sino que me daba igual. 
Mas como es rico tu dueño, 
te vendo esta profecía: 
tú, por la noche, entre sueños 
soñarás que me querías, 
y recordarás la tarde 
que mi boca te besó 
y te llamarás «¡cobarde!» 
como te lo llamo yo. 
Y verás, sueña que sueña, 
que me morí siendo chico 
y se llevó la cigüeña 
mi corazón en su pico. 
Pensarás: «no es cierto nada, 
yo sé que lo estoy soñando»; 
pero allá en la madrugada 
te despertarás llorando, 
por el que no es tu marido, 
ni tu novio, ni tu amante, 
sino el que más te ha querido. 
¡Con eso tengo bastante!



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