En el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en
el Sinaí para ayudar a su pueblo escogidos a cumplir la ley divina.
Jesucristo, en la ley evangélica, confirmó los Diez Mandamientos y los perfeccionó con su palabra y con su ejemplo.
Nuestro amor a Dios se manifiesta en el cumplimiento de los Diez Mandamientos y de los preceptos de la Iglesia.
En definitiva, todos los Mandamientos se resumen en dos: amar a Dios
sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo, y más aún,
como Cristo nos amó.