Quiero compartir con ustedes una pequeña reflexión surgida en un encuentro con catequistas rurales de la Prelatura de Humahuaca, a mediados de octubre de 2000. Este encuentro era la cuarta etapa de un proceso de formación de dos años que estamos realizando con los catequistas, rurales y urbanos de esta sufrida región de nuestro país. Los catequistas rurales son personas muy sencillas y llenas de Dios, pastores, campesinos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos... en las desoladas tierras de la Puna son los arroyos que llevan el agua viva de la Palabra a sus comunidades.
La Biblia nos habla de las personas que anuncian la Palabra
«Yo, por mi parte, era como un canal salido de un río, como un arroyo que se pierde en un jardín del Paraíso. Yo pensé: voy a regar mi huerta, voy a regar mis flores. Pero mi canal se convirtió en río, y el río en mar. Entonces dije: Haré brillar como la aurora la instrucción, llevaré a lo lejos su luz. Derramaré la instrucción como una profecía y la dejaré a las generaciones venideras. Comprueben ahora que no he trabajado para mí solo, sino para todos los que buscan la sabiduría.» Eclo. (Sir.) 24, 30-34
La vida del catequista a la luz del texto bíblico
Como catequistas somos servidores de la Palabra. Pequeños canales, sencillos y humildes, que surcan la vida de nuestra comunidad... Cuando tomamos conciencia de nuestra vocación y decidimos emplear nuestro tiempo, nuestra capacidades y nuestros dones al servicio de nuestra gente, descubrimos, con alegría y sorpresa, que el Dios generoso multiplica nuestros esfuerzos. Si nos entregamos con confianza a Dios, sabiendo que somos simples canalitos para que su Palabra llegue con su frescura y novedad a los demás, El se encarga de hacer de nosotros arroyos y ríos.
El texto nos habla de la experiencia de un hombre sabio, que ha descubierto la obra de Dios en su propia vida y decide comprometerse en el anuncio de su Palabra. Como catequistas somos llamados a transmitir las enseñanzas de Jesús y promover el encuentro de los demás con el Dios verdadero, que cambia la vida y nos descubre el sentido profundo de la existencia.
¡Qué alegría poder decir como el sabio del texto, he trabajado para los demás, para que los otros conozcan la sabiduría, es decir la Palabra del Dios de la Vida!
Para rumiar el texto y la vida
El catequista, servidor de la Palabra en su comunidad
- ¿Somos canales por donde circula el agua
viva de la Palabra de Dios?
- ¿Qué actitudes de nuestra vida «secan»
nuestro reserva de agua viva?
- La Palabra es la Fuente donde nace
nuestro canal, ¿está presente en nuestra vida de todos los días? ¿Acudimos
a ella? ¿Nos nutrimos con su lectura y oramos con ella? ¿Estudiamos la
Palabra para poder transmitirla mejor?
- Compara las palabras del texto con tu
vida, ¿eres un verdadero arroyo para tu comunidad? Los demás ¿se
encuentran con el Dios de la Vida a través de tu testimonio y enseñanzas?
- ¿Qué puedes y debes cambiar de tu
manera de ser para ser un arroyo más transparente, más caudaloso, más
fecundo?
Ofrecele tus reflexiones a Dios a través
de una oración escrita por tus propias manos.