Uno de esos hermosos y cálidos días de
primavera, un burro se encontraba comiendo hierba fresca y paseando
tranquilamente. Mientras caminaba le pareció ver un lobo con cara de
pocos amigos escondido entre las matas.
El burrito sabía que de seguro el lobo
quería comérselo por lo que él tenía que huir aunque de seguro no iba a
poder. Observando los alrededores se percató de que no existían lugares
donde poder esconderse y si se echaba a correr sería atrapado por el
lobo. La otra opción que le quedaba era pedir auxilio pero nadie le
escucharía pues la aldea estaba muy lejos.
Muy angustiado ante aquella situación
empezó a pensar para ver que podía hacer con tal de liberarse del
malvado lobo. El tiempo que le queda era poco pues el feroz animal se
acercaba con prisa. De repente una idea alumbró su cabeza y consistía en
engañar al lobo haciéndole creer que se había clavado una espina.
Para no levantar sospechas el borrico
empezó andar bien despacio y a simular una cojera, y con cara de dolor
empezó a emitir gemidos. De momento el lobo apareció frente a él con sus
colmillos y garras afuera preparado para atacar, pero el burro continuó
con su plan y siguió fingiendo.
– Menos mal que está usted por aquí es
que me ha ocurrido un accidente y solo alguien tan inteligente como
usted, señor lobo, podría ayudarme.
– ¿Qué es lo que te ha ocurrido?- dijo el lobo muy gustoso ante aquellas palabras y haciéndose el muy preparado.
En tono de llanto y al ver que su plan estaba resultando el burrito le dijo:
– Como siempre andaba muy distraído y me
he clavado una espina en una de las patas traseras. Tengo tanto dolor
que casi ni puedo caminar.
El lobo ante aquella situación pensó que
nada pasaría por ayudar al pobre burrito pues este estando herido no
podría escapar de sus garras e igualmente se lo iba a comer.
– Levanta la pata para ver que puedo hacer por ti – dijo el lobo.
Colocándose detrás del burro agachado empezó a buscar pero no veía ni rastro de aquella astilla que el borrico mencionaba.
– ¡Aquí no hay nada! – dijo el lobo.
– Si, claro que hay, mira bien en mi pesuña pues me duele mucho; si te acercas más podrás verla.
Nada más que el lobo pegó sus ojos a la
pesuña, el borrico le dio una enorme patada en el hocico y salió
rápidamente para protegerse en la granja de su dueño. Por su lado el
lobo quedó tendido en el suelo muy golpeado y tenía hasta cinco dientes
rotos.
– ¡Qué tonto soy! Si no me hubiese
creído más listo que nadie, ese borrico no me habría engañado y ahora no
estaría aquí tendido en el suelo.
Moraleja: Si no sabes hacer las cosas no te metas pues como dice el refrán zapatero a tus zapatos.