La elegancia es obra de libertad, o si se quiere, es un exigente y adecuado artificio. De hecho, deriva del latín eligere
que significa escoger, elegir. Y como la elección es propiamente obra
humana, a la figura del ser humano se atribuye originariamente la
elegancia; y así se habla de un talle elegante, de un andar elegante, de
un gesto elegante. Análogamente se extiende este vocablo a la
naturaleza inanimada que parece comportarse como el hombre: así, una
casa, un paisaje, un jardín, un paraguas pueden ser elegantes.
Para el diccionario, elegante es aquello que está dotado de gracia,
nobleza y sencillez. Dicho de una persona, significa que tiene buen
gusto y distinción para vestir. Dicho de una cosa (v. gr. un mueble) o
de un lugar (v. gr. un barrio), significa que revela distinción,
refinamiento y buen gusto. No se puede llamar elegante lo que no está
bien proporcionado, ni es airoso.
En su sentido más común, la
gracia que es propia de la elegancia viene a ser la cualidad que hace
agradable a la persona o cosa que la tiene. Con independencia de la
hermosura de las facciones, se llama “gracia” al atractivo que se
advierte en la fisonomía de algunas personas. Como esa gracia no surge
espontáneamente en todos, sino en algunos, la “gracia” significa también
el don o favor que luce sin merecimiento natural, como una concesión
gratuita. Es la “gratuidad” lo que elogiamos en la persona elegante, en
su afabilidad y buen modo, en su soltura, en el trato con las personas.
La elegancia es así un modo de portarse. Por ejemplo, en una reunión,
la persona elegante ha de tener “porte”, que no es otra cosa que la
manera de gobernarse (laute se gerere) en conducta y acciones
en todos los actos que conciernen, de manera antecedente o concomitante,
al objeto y secuencia de esa reunión. Y aunque el porte tenga algo que
ver con la buena o mala disposición natural de una persona, lo cierto es que se identifica con el mayor o menor lucimiento que uno libremente presenta.
*
La elegancia, libertad suelta y mesurada
La libertad que entraña la elegancia se opone a tres tipos de no libertad: a la necesidad natural, con sus leyes fijas; a la sistematicidad o cuadriculación perfecta de una cosa o de una serie de cosas; y a la desbordada o desmesurada invasión de formas,
frente a la cual viene significada la elegancia por el comedimiento y
la moderación expresiva. Veamos los rasgos que definen la elegancia.
*
La elegancia es una actitud adquirida
Es
una virtud, una creación del hombre sobre sí mismo; se opone, por eso, a
la rusticidad y al aspecto agreste de la naturaleza humana. Se puede
tener gracia, pero no se puede tener elegancia sin educación y formación. Elegancia es la gracia decantada; pero libremente apropiada: no hay elegancia impuesta por la fuerza.
La elegancia es creación noble y distinguida
La elegancia no se da en cualquier creación que el hombre hace sobre sí mismo.
Es preciso, en primer lugar, que lo conseguido posea nobleza y otorgue distinción al porte y a los modales.
En segundo lugar, lo elegante ha de ser bien proporcionado, en el sentido de que no se encuentre inacabado o maltrecho.
Pero, en tercer lugar, en ello debe brillar la sencillez,
entendida como simplicidad y claridad: la forma no ha de ser recargada,
los medios no deben ser complicados o embrollados, y los movimientos
han de ser suaves. Esta sencillez es la que configura el buen gusto, el cual detesta las complicaciones inútiles. Por ejemplo, al discurso le viene su elegancia en parte de las supresiones:
no es preciso, para entender una cosa, decirlo todo ni expresarlo todo;
hay que dejar que el espíritu ejerza libremente su agudeza para
comprender. Asimismo, la elegancia del valor o del coraje estriba en que
estas actitudes no apabullen, no invadan con sus formas la conducta.
Estas notas de distinción, proporción y sencillez eran las que tenía en
cuenta Honorato de Balzac cuando decía que “la mujer tosca se cubre; la
mujer rica y la boba se adornan; la mujer elegante se viste”. Muchas más
atinadas observaciones hace Balzac en su
*
La elegancia es una creación inadvertida
Pero
aunque la elegancia es una creación, se ha de presentar de manera que
no parezca que lo es. “La elegancia trabajada ‑decía Balzac‑ es a la
verdadera elegancia lo que la peluca a los cabellos”. La elegancia debe
mantener siempre la apariencia de lo libre y suelto, pues se opone
frontalmente a lo pesado y masivo. Por este rasgo se distingue muy bien
la mujer coqueta de la mujer elegante.
La coquette no es
necesariamente una mujer elegante. La mujer coqueta está invadida de
afectación. La elegante aparece sin pretensión de serlo. “La coquette‑leemos en el Grand Dictionnaire Universel du XIXe Siècle de Larouse (1870), en la voz élégante‑
exhalará los perfumes más penetrantes, exhibirá las ropas más
llamativas; su cuerpo estará continuamente cambiando de actitud; su
espíritu se evaporará en los envites de los cumplidos; procurará sin
cesar que se admire las proporciones de su talle y la forma de su
vestimenta; pero todas estas cosas son ridículas. Y el ridículo excluye
la elegancia. La coquette falta a menudo a las reglas del saber
estar, la elegante jamás. La primera exagera el tono, los modos y los
hace absurdos; la segunda, siendo una mujer como es debido, hace
justamente lo preciso”.
*La elegancia es la expresión de uno mismo sin afectación