Cuando ciertas circunstancias me hacen sentir inseguro o temeroso, pienso en ellas como acondicionadores del terreno de mi alma. Los hábitos y comportamientos antiguos que ya no me son útiles son removidos de raíz. Y, aunque la superficie sea perturbada, me paro firmemente y permanezco receptivo a las semillas de nuevas ideas.
En tiempos inciertos, respondo con amor en vez de reaccionar con temor. Confío en que el espíritu de Dios en mí me protege de pensamientos o creencias falsas. Tengo fe en la protección de Su amor eterno e incondicional. Sé que la guía divina me lleva a una vida nueva y mejor. El espíritu eterno de Dios me envuelve, me ama y me protege.
Alégrense los que buscan tu protección; canten siempre de alegría.—Salmo 5:11