- Voy saliendo, me cuidas la casa.
Una tarde cuando volví
estaba todo ordenado, y sonreí. Me serví un té y comencé a preguntarle
de su vida y siempre me contaba algo distinto. Era un viejo mentiroso,
pero me hacía reír. Me contó que una vez cazó a un conejo que medía 2
metros o que lo había atropellado un tren y había sobrevivido.
Una
vez, para mi cumpleaños llegaron algunos amigos e hicimos un asado, y
mientras la carne se cocía pensé en Miguel. Entré al living y abrí la
puerta de alojados.
- ¿Por qué no sales al patio y compartes con nosotros?
- No, no se preocupe mijita. Celebre usted no más. Yo estoy bien aquí.
Se quedó en silencio y no se paró de la cama. Yo regresé al patio y
seguí hablando con los demás hasta las dos de la mañana. De pronto se
asomó y llegó con un poncho puesto. Todos me quedaron mirando sin
entender quién era.
- Niñas, niños, les presento a mi abuelo.
Lo saludaron y se quedó al lado de nosotros. Se sentó, y comenzó a
tener la atención de todos con sus historias. Estaban cagados de la risa
junto a él.
- ¡Miguel, cuenta cuando te atropelló un tren!
Hasta las 6 de la mañana lo escucharon y cada vez que mis amigos venían
de visita pues él salía con poncho y les inventaba una nueva historia.
Un domingo lo vi metido viendo un partido de Cobresal y le dije que se
quedara quieto, así, tal como estaba. Agarré el croquis y lo dibujé
sentado en el living de mi casa, siempre con esos ojitos brillositos.
Le dije que estaba contenta con él. Que ya no era necesario que se
anduviera escondiendo, que esta vez éramos los dos en la casa.
Escondida en mi pieza comencé a averiguar respecto a los antiguos dueños
por Internet, puesto que esta casa me la habían vendido sus hijos pues
siempre supuse que eran ellos quienes habían vivido en esta propiedad.
La información que encontré fue trágica: Miguel estuvo en coma por mucho
tiempo mientras su señora lo tenía que mudar, vestir, alimentar y
mantener absolutamente sola, sin las ayuda de familiares, y peor aun,
abandonados por las pensiones, sin remedios, con las deudas hasta el
cogote, y pasando hambre. Por esto, un día ella decidió algo que pocos
podrían entender: Tomó una almohada y lo ahogó, luego, esta se encerró
en el baño y se colgó con una sábana.
Miguel quedó encerrado en
esta casa, por siempre. Quizás el hecho de que ella se matara hizo que
su energía partiera a un lugar distinto, la verdad es que nunca entendí
del todo.
Al otro día, cuando lo vi quise decirle que sabía todo… Pero para qué, mejor prendí la música.
- ¿Bailemos, viejito?
Puse un lento de esos antiguos, de los que les gustaban a él, bien
cebolleros. Le besé la mejilla y le dije que lo quería mucho.
Fueron muchos años bien acompañada con mi mejor amigo, quien me
ayudaba a ordenar y atender las visitas. La alegría que él tenía se
contagiaba con todo el mundo y todos ignoraban que estaba muerto. Me
gustaba verlo compartir, pero yo, poco a poco comencé a sentirme triste y
con una angustia que no me dejaba dormir. Pasó que me había llegado una
carta de embargo, vivir de la pintura se me hacía difícil. El crédito
bancario me estaba jodiendo la vida y yo tenía claro que debía hacer…
pero miraba a Miguel y me partía el corazón decirle: Yo quería vender la
casa, no tenía para mantenerla y con la plata partiría al extranjero a
probar suerte, Chile es complicado.
Mientras él me contaba sus
historias yo fingía que nada pasaba, en tanto yo rogaba al cielo todos
los días que él pudiese partir de una vez, que fuese ser libre y no un
esclavo de este hogar. Dudaba que un nuevo dueño iba a aceptar un muerto
en su casa, nadie lo iba a querer como yo.
Cuando andaba por la
calle de regreso a casa pasaba por mi mente la posibilidad de que esta
vez no lo encontraría, pero no, siempre estaba.
Una carta de París, que me estaban esperando con mis pinturas y debía irme cuanto antes. El asunto era insostenible.
- Viejito mío, hay algo que tengo que contarte.
Se lo confesé llorando, y me dijo que no sufriera, que iba a estar
bien. Que no fuera lesa y no me anduviera quedando por un muerto, que yo
tenía que vivir.
- No puedo, te juro que tengo tanta angustia
que estes aquí. Te prometo que he suplicado de todas las formas
posibles, incluso he ofrecido al cielo reemplazarte en esta casa cuando
yo me muera con tal de que te dejen libre. No puedo irme a Francia así.
Finalmente llegó el día, y con las maletas preparadas lo vi en el
living, dándomela la espalda porque no quería que lo viese llorando.
Salí por la puerta, y miré hacia atrás mientras me observaba por la ventana. Tomé el taxi y no podía dejar de pensar en él.
- Disculpe ¿Puede pasar a la gasolinera por favor? – le dije al taxista.
Regresé a la casa y entré para su sorpresa.
- ¿Qué estás haciendo aquí?
- Se acabó, Miguel. Esta casa es tu cárcel… voy a terminar con esto.
Tiré bencina por todo el lugar mientras este me miraba emocionado.
- Te quiero mucho, niñita mía.
- Yo también, viejito mío.
Encendí desde afuera hacia adentro. El techo caía juntos a las paredes.
El fuego derrumbó y consumía los recuerdos de aquel hombre y su mujer.
Mi culpa se hacía cenizas, mientras mi amigo se desvanecía sonriente con
el humo. Yo, siempre recordándolo con su retrato hablado. Aquel
fantasma finalmente pudo ser liberado.
AUTOR: EL BORRADOR (TOMADO DE FACEBOOK)