A
pesar de todo lo que sabemos sobre la fisiología del sueño, los
pensamientos oníricos siguen siendo un campo enigmático y controvertido
Quizás deberíamos preguntarle al ornitorrinco.
Allá por la década de 1950, varios científicos que trabajaban con seres humanos identificaron un estado
caracterizado por el aumento de la actividad cerebral, una respiración y
ritmo cardíaco acelerados y la parálisis muscular. Sin embargo, puede
que el rasgo más sorprendente fuese la agitación de los ojos bajo los
párpados cerrados, pues todos esos cambios fisiológicos se producían
mientras los sujetos estaban profundamente dormidos.
Lo que habían descubierto los investigadores empezó a conocerse como
fase REM (“movimiento rápido de ojos”, por sus siglas en inglés). En
circunstancias normales, se repite cada 90 minutos aproximadamente, y
ocupa en torno al 25% del tiempo que pasamos dormidos. Muy pronto quedó
claro que la gente despertada durante la fase REM se acordaba mucho
mejor de sus sueños; de hecho, a menudo decían que habían estado soñando
hasta ese mismo momento. En consecuencia, la comunidad científica
empezó a concebir la fase REM como la manifestación externa del estado
onírico. Por primera vez en la historia de la humanidad, la parte más
fantástica y extraordinaria de nuestras vidas se había sometido a una
observación empírica.
Pero eso no es todo, pues se descubrió que los animales también
experimentaban una fase REM, algunos más a menudo y durante más tiempo
que los humanos. Ahora sabemos que el mamífero más REM, quién lo habría
dicho, es el Ornithorhynchus anatinus, el ornitorrinco de toda la vida. Quizá no debería sorprendernos, ya que, como señala Nature,
“en un informe que se remonta a 1860, antes del descubrimiento de la
fase REM del sueño, se afirmaba que los ornitorrincos jóvenes realizaban
movimientos natatorios con sus patas delanteras mientras dormían”.
Los sueños son las chispas y efusiones de un
sistema en modo de espera, como los crujidos de una vieja televisión que
se está enfriando
Puede que los escritores creen androides que sueñen con ovejas eléctricas,
¿pero podemos ahora afirmar con certeza que los ornitorrincos sueñan
con jugosas langostas? La verdad es que no. La onirología, a pesar de
todo lo que sabemos sobre la fisiología del sueño, sigue siendo un campo
enigmático y controvertido. Durante la fase no REM del sueño, el ADN se
repara y el organismo recarga las pilas para el día que hay por
delante. Pero la pregunta que ya inquietaba a nuestros antepasados de
por qué soñamos - y sueñan, probablemente, la mayoría de los mamíferos -
sigue siendo muy difícil de responder.
Hasta hace relativamente poco, se daba por sentado que los sueños
tenían un significado. Esas visiones extrañas que llegaban durante la
noche, cuando la oscuridad en derredor era sinónimo de peligro, debían
de ser mensajes de los dioses, o destellos del futuro. Los sueños de los
hombres y mujeres poderosos podían volverse famosos; aparecieron
personas cuyo trabajo era descifrarlos, pues los sueños podían predecir
el destino del clan o la nación. El Antiguo Testamento cuenta la
historia de José, convocado para interpretar el sueño del faraón en el
que aparecían siete vacas “cebadas” y siete “raquíticas”. José confió en
Dios, que le permitió comprender que aquello significaba años de
plenitud para el reino, seguidos de una terrible hambruna.
Hasta hace relativamente poco, se daba por sentado que todos los sueños tenían un significado
Sin embargo, las premoniciones no son solo cosa de la historia
antigua. Diez días antes de ser asesinado de un tiro por John Wilkes
Booth, Abraham Lincoln soñó lo siguiente:
“Oía sollozos quedos, como si varias personas estuviesen
llorando. Decidí salir de la cama y bajar las escaleras. Allí el
silencio se rompió con los mismos sollozos tristes, pero los dolientes
eran invisibles. Fui de habitación en habitación: no había un alma, pero
esos sonidos de pena y aflicción iban recibiéndome a mi paso […]. Seguí
hasta llegar a la Sala Este, en la que entré. Allí me encontré una
sorpresa repugnante. Ante mí había un catafalco, sobre el que descansaba
un cadáver envuelto en una mortaja. Lo rodeaban soldados que hacían
guardia; y había un gran gentío, algunos contemplando con gesto lúgubre
el cadáver, que tenía la cara cubierta, otros sollozando lastimosamente.
‘¿Quién ha muerto en la Casa Blanca?’, pregunté a uno de los soldados.
‘El presidente’, respondió, ‘¡lo ha matado un asesino!’. Entonces se
elevó de entre la multitud un estallido de congoja, que me arrancó del
sueño”.
Una coincidencia, claro. Lincoln corría permanentemente el riesgo de
ser atacado, a punto de lograr la victoria tras una guerra civil
cruenta. Pero todos podemos reconocer esa sensación misteriosa de su
sueño; esa atmósfera espeluznante y aciaga. ¿De dónde proviene?
Para la psicóloga Linda Blair
existen dos tipos de sueños. El primero representa una clasificación de
los contenidos del día, un poso de sedimentos que no es demasiado
trascendente. Pero hay otros, “sueños que vienen acompañados por una
reacción emotiva, ya sea de felicidad, tristeza o rabia. Esos sí tienen
significado”.
Freud veía en ellos la expresión camuflada de
los impulsos sexuales y agresivos inconscientes. Pero lo que a Freud le
parecía científico podría considerarse ahora una mera conjetura
Dichos sueños, afirma Blair, son intentos de abordar temas de
nuestras vidas que no hemos sido capaces de resolver conscientemente.
“Viajan hasta nuestro inconsciente para que los trabajemos allí, donde
no nos distraen ni nos angustian tanto”, dice, y añade que los sueños
"no predicen el futuro, porque nadie puede hacerlo. Lo que predicen son
los problemas que vamos a tener que abordar”. En consecuencia, los
sueños de sus pacientes son herramientas valiosas, que le permiten tomar
un atajo hacia el núcleo de un problema que es relevante desde el punto
de vista clínico, pero que podría no manifestarse de ninguna otra
forma.
Aunque el trabajo de Blair bebe de toda una gama de fuentes, hunde
sus raíces en la revolución iniciada a principios del siglo XX por
Sigmund Freud. Fue el primero en intentar interpretar los sueños dentro
de un marco científico, y veía en ellos la expresión camuflada de los
impulsos sexuales y agresivos inconscientes. Pero lo que a Freud le
parecía científico podría considerarse ahora una mera conjetura.
“Freud fue importantísimo al dar al mundo otra forma de concebir los sueños”, explica John Aggleton, profesor de neurociencia cognitiva de la Universidad de Cardiff.
“El problema llega a la hora de convertir esas ideas en algo que se
pueda comprobar realmente. Ahí es donde, desde el punto de vista
neurocientífico, siempre ha habido un escollo”. Pero, admite, “hay una
serie de temas comunes en los sueños. Mucha gente, por ejemplo, sueña
con el sexo. Del par de sueños recurrentes que yo tengo, y estoy seguro
de que muchas personas sueñan lo mismo, en uno pierdo los dientes y en
otro —un clásico entre los conferenciantes— voy a hablar y descubro que
no llevo pantalones ni ropa interior, y que no puedo hacer nada para
remediarlo”.
¿Estamos seguros de que ese tipo de sueños exige una explicación
psicológica? “Sí, pero también podrían indicar algo aburridísimo: que
soñamos que hemos perdido los dientes porque tenemos la mano encima de
la boca y provoca una sensación de incomodidad. Asimismo, no sería una
sorpresa mayúscula que nuestro tipo de ropa o falta de ropa influyese en
la forma en que algunos de estos sueños se repiten”, añade.
¿Con qué más cosas salen los que dudan de las teorías psicológicas de
los sueños? En la década de 1960, los científicos descubrieron que
cuando a los gatos se les extirpaba una antigua estructura evolutiva
llamada puente troncoencefálico, el sueño REM desaparecía por completo. Algunos concluyeron
que, durante la fase REM, los mensajes químicos llegados del puente
activaban algunas partes del lóbulo frontal del cerebro, incitándolas a
producir imágenes y sensaciones completamente aleatorias. Por
consiguiente, detrás de los sueños estaría el lóbulo frontal, “haciendo
lo que buenamente puede para crear imágenes oníricas, incluso
parcialmente coherentes, a partir de las señales relativamente confusas
enviadas desde el tronco cerebral”.
Para algunos, eso constituyó una nueva base para comprender los
sueños: son las chispas y efusiones de un sistema en modo de espera,
como los crujidos de una vieja televisión que se está enfriando. Para Patrick McNamara,
director del laboratorio de neurocomportamiento evolutivo de la
Universidad de Boston, se trata de un mito que todavía está por
derribar. “Una de las cosas que más me irrita es la idea de que los
sueños no son más que un flujo aleatorio nocturno, que no significa
nada”. Al contrario, afirma McNamara, “ahora existen pruebas muy claras
de que los sueños son funcionales”.
Las investigaciones recientes han socavado la idea de que los sueños solo se producen durante la fase REM, y que son un proceso de abajo hacia arriba,
en el que las partes más antiguas del cerebro activan las más
evolucionadas. El paradigma inicial cambió como consecuencia de cientos
de estudios sobre el contenido de sueños individuales, que mostraban que
las personas de diferentes culturas tenían sueños similares: para
McNamara, esa era la prueba de un mecanismo adaptable en funcionamiento.
¿Pero por qué son adaptables, y por ende beneficiosos para nuestra
supervivencia como especie? ¿Es por la antigua idea psicoterapéutica de
que los sueños son llaves para abrir los problemas que atañen a nuestras
relaciones? “Creo que hay datos que indican que, entre otras cosas, los
sueños contribuyen a facilitar las interacciones sociales”, señala
McNamara. Sin embargo, para él la auténtica ventaja es menos poética.
“La mayoría de los científicos que estudian los sueños creen que
soñamos para practicar la manera de evitar situaciones amenazantes
durante el día […]. Los hombres suelen soñar con interacciones agresivas
con otros hombres, mientras que las mujeres sueñan con interacciones
verbales con ambos sexos. Otro patrón que se repite es que, cuando
aparecen hombres desconocidos en los sueños, suelen indicar una agresión
física”.
McNamara continúa: “Para los hombres, los principales competidores en
sus relaciones sexuales con las mujeres son otros hombres, así que
sueñan con enfrentamientos agresivos contra ellos. La presencia de
desconocidos que indican una agresión física probablemente esté
vinculada a que las amenazas más graves, en tiempos ancestrales,
provenían de ellos. Asaltantes de una tribu rival que llegaban para
intentar llevarse a las mujeres y los recursos: esas eran las
principales amenazas para la supervivencia”.
“Algunos sueños viajan hasta nuestro inconsciente para que los trabajemos allí, donde no nos distraen ni nos angustian tanto”
Resulta interesante que, más de un siglo después de Freud, cuyos
detractores ridiculizaron y tildaron como una obsesión su interés por el
sexo y la agresión, estos elementos puedan volver a considerarse el
motivo por el que soñamos. Para los psicólogos como Linda Blair, que
trabaja con un marco más amplio —y para quien las pruebas son lo que
ayuda a un paciente angustiado—, eso no puede ser suficiente.
“Considero que hay demasiada riqueza en el cerebro de las personas
como pare reducir las cosas a algo tan específico. Para mí los sueños
pueden significar cualquier cosa. No lo sé hasta que el paciente y yo lo
averiguamos juntos”. Blair ve la interpretación de los sueños —que a su
vez puede generar sueños más claros, o más desconcertantes— como la
“elaboración de masa”: trabajar un tema que al principio puede resultar
demasiado aterrador o repugnante como para comprenderlo, hasta que
alcanza un estado en el que se puede abordar. Eso podría significar
comprender poco a poco las metáforas, que son la forma en que el
subconsciente saca a relucir temas peliagudos. Sin embargo, Blair
advierte que no hay que acelerar las conclusiones sobre el significado
de vacas raquíticas y catafalcos. “No hay símbolos oníricos universales.
Cada persona tiene su propio sistema de símbolos, su propio lenguaje
particular, y una de las cosas más divertidas de la terapia es
descifrarlo”.
Algo a lo que nunca seremos capaces de acceder, claro está, es al
lenguaje privado del ornitorrinco. Y la alta probabilidad de que los
animales sueñen —en palabras de Aggleton, “cualquiera que tenga un perro
o un gato lo sabe de sobra”— es un buen recordatorio del misterio
esencial que rodea al tema. Para los humanos, los sueños son al mismo
tiempo salvajes, instintivos e intelectuales. Son versiones
distorsionadas de nuestros deseos, tensas novelas de suspense que
escribimos cada noche. ¿Por qué soñamos? Porque estamos vivos.