Por lo que te he ofendido, dulce cariño mío, quiero ser a tu anhelo cual
sería el rocío: tierna, dócil y humilde como el agua que mana y se
ofrece a las llagas de la miseria humana.
Yo enseñaré a mis manos a ser mansas contigo, tal como las entrañas
sonrosadas del higo, para que te acaricien con tan suave caricia como
la voz del ave de la blanca novicia.
Yo enseñaré a mis plantas a que pisen tan quedo como el viento que
mueve las hojas del viñedo, ya mis claros cabellos a quebrarse en tus
manos como frágiles tallos de lirios franciscanos.
Apoyaré mis dedos sobre tu excelsa frente y será mi caricia sosegada
corriente para que fertilice tu pensamiento bello y haga brillar tus
ojos con singular destello.
Seré quieta y humilde como la arena rubia y rozaré tus labios como
agua de la lluvia para llenar las horas del dulzor de las vidas, hasta
que tú perdones y para siempre olvides.
Concha Urquiza
poetisa mexicana
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