Un te quiero y un me quiero no tienen por
qué estar reñidos, pero siempre será conveniente que, en nuestra
relación, pongamos nuestro bienestar por delante para no salir heridos.
Antes de emitir un «te quiero» sincero y emocionado, deberíamos, a su vez, darnos cada día un «me quiero y sé que merezco ser feliz».
No es sencillo separar estas dos esferas tan íntimas, a la par que
complejas, como son las necesidades de uno mismo y las de la propia
pareja. No obstante, es vital que atendamos nuestra autoestima y nuestra
identidad.
Si alguna vez has vivido ese momento en que has tenido que dejar a la
persona que amabas porque eras consciente de que mantener dicha
relación era tan doloroso como autodestructivo,
sabrás, sin duda, lo duro que resulta tomar dicha decisión. Ahora bien,
algo que toda persona debe saber, en especial, esos adolescentes que
inician sus primeras relaciones afectivas, es que el amor auténtico no
duele.
El amor debe ser bonito, reconfortante y sabio, para que el «te quiero» y el «me quiero» no sean como el agua y el aceite. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Me quiero lo bastante para quererte con toda mi alma
Quien no se ama a sí mismo difícilmente podrá establecer una relación sincera y saludable.
Queda claro que ninguno de nosotros somos sabios artesanos del afecto,
de la correspondencia y de esa complicidad que entiende, respeta y
construye una auténtica felicidad.
El amor se construye cada día, pero siempre que haya voluntad por ambas partes y que no se busque en exclusiva el satisfacer las propias necesidades. Porque quien no se quiere a sí mismo lleva a cabo una serie de conductas que atentan contra su amor propio.
Quien no se quiere a sí mismo busca que los demás satisfagan sus carencias y necesidades emocionales.
Es imposible atender nuestra autoestima
e identidad cuando mantenemos una relación afectiva con alguien que no
se ama a sí mismo. Concentramos todas nuestras energías en atenderlo, en
hacer feliz a esa persona.
En ocasiones, cuando nos enamoramos de alguien que no se quiere,
pensamos que vamos a actuar como sus «salvadores», que seremos nosotros
la respuesta a sus problemas y la luz a todas sus oscuridades.
Sin embargo, lo que sucede es que, al final, quedamos agotados emocionalmente, hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos.
Me quiero lo bastante como para quererte como mereces
Una relación madura es una relación consciente,
donde ninguno de los miembros de esa pareja se chantajean, donde no
existe «lo tuyo y lo mío» ni mucho menos el «porque yo lo digo».
En una relación madura puedo decir «me quiero» porque sé que, solo
cuando me sienta una persona completa, sin miedo a la soledad y que sabe
cómo se construye la felicidad, podré dar lo mejor de mí a la otra
persona.
Si yo me quiero, no te obligaré a ti a apagar mis miedos, a cubrir mis carencias, a ser mi salvador cotidiano o a «darme oxígeno» cada vez que necesite respirar.
Te perdono, pero te dejo
Tal y como hemos comentado al inicio, la mayoría de nosotros hemos
tenido que dejar a alguien que queríamos en alguna ocasión. La razón de
esa distancia puede ser una traición, el cansancio, el darnos cuenta de que no somos amados como merecemos.
Ahora bien, sea cual sea la causa por la que hemos tenido que romper
ese lazo afectivo, es necesario llevarlo a cabo a través del perdón.
Puede que cueste, puede que se nos vaya el alma con ese paso en vista de tanto dolor, pero es el único modo de cerrar esa etapa de nuestras vidas.
El amor propio y la dignidad son los auténticos nutrientes del corazón, esos que nos permiten actuar siempre con madurez aún en los momentos más complicados.
Sin autoestima podríamos seguir manteniendo una relación tóxica solo
por miedo a quedarnos solos, por temor a dejar a una persona a la que
queremos y, aunque nos haga infelices, lo preferimos, porque tememos más
quedar sin esa otra mitad que nos completa.
No debemos caer en este tipo de situaciones. El amor propio es el que nos confiere esa valentía personal capaz de dejar algo cuando ya no tiene futuro,
cuando ya no se sostiene y lo que nos aporta son más lágrimas que
alegrías. No lo olvides: nunca serás egoísta por recordarte cada día un «me quiero y merezco ser feliz».