A LOS ESTUDIANTES
DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Sábado 24 de diciembre de 1966
Pensamos siempre en la misión incomparable e insustituible de la
Universidad en el cuadro de la vida de una Nación, como comunidad de
maestros y de estudiantes, a la que es dado expresar las voces más altas
y calificadas de un Pueblo, que recuerda su historia, que es consciente
de su vida y tiende a su progreso espiritual.
Pensamos en la Universidad como en un laboratorio de la cultura, de
la investigación, de la exploración científica, de la meditación
filosófica, de la manifestación artística; taller del pensamiento,
palestra del espíritu. ¿Qué sede, qué momento de una sociedad puede
paragonarse a una Universidad para mostrar, y, más aún, para promover su
nivel, su esfuerzo en la conquista de un humanismo perfecto?
Pensamos en la Universidad como en una escuela de alta formación
cultural y moral; la juventud nacional debe aceptar su impronta, y
modelarla según el propio genio, siempre muevo y vivo. Y pensamos en la
noble misión que a la Universidad incumbe para colmar la gran necesidad
contemporánea: la unión de los ánimos que es fruto de la justicia al
mantener las relaciones humanas en el marco del derecho; que requiere
clima de caridad para dar animación a aquélla, completarla y guiarla
sobre todo en el desarrollo y promoción de los más débiles; que
encuentra apoyo decidido en la fraternidad universal, exigencia de una
común naturaleza y grito de la fe en la paternidad de Dios.
Es verdad que la cultura puede exasperar el anhelo de comprensión
poniendo en circulación un indiscriminado pluralismo de ideas; mas su
aporte es decisivo cuando asume la tarea de procurar a la sociedad
unidad en los principios, en la concepción última de la vida y del
mundo.
Y si del umbral de la Universidad no está proscrito el Maestro
Divino, Jesucristo Nuestro Señor, sino que su voz humilde y altísima en
ella resuena, la Universidad entonces es templo de la sabiduría eterna,
que hace sagrada y verdadera la Palabra, justa y buena la vida, fuertes y
libres los Alumnos. La inserción de Cristo en el tiempo es bondad
misericordiosa; su aparición en la escena humana es luz de lo Alto que
ilumina «a todos cuantos se encuentran en tinieblas . . . para dirigir
nuestros pasos por el camino de la paz» (Luc. 1, 78-79).
Sea Nuestro supremo auspicio para la concordia, para el amor, para la
felicidad de todos los hombres que, sin merma de su personalidad, de
Cristo reciben la unidad que por El fue instaurada en el pensamiento y
en la historia.
Meditando estas sencillas y grandes cosas dirigimos nuestro ánimo en
primer lugar a la Universidad Católica de Chile y a su Departamento de
Televisión con Nuestros cordiales deseos y bendiciones. Extendemos la
mirada a todo el dilatado País: a sus Autoridades religiosas y civiles, a
las familias e Hijos de tan querida Tierra, mientras, como testimonio
de afecto y prenda de bienes divinos, en esta Navidad de justicia y de
paz, con todo el corazón les bendecimos.