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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 06/07/2020 18:27 |
DEI VERBUM SOBRE LA DIVINA
REVELACIÓN
PROEMIO
1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra
de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando
dice: "Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó:
lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis
también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con
su Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de
los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina
sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo,
crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.
CAPÍTULO I
LA REVELACIÓN EN SÍ MISMA
Naturaleza y objeto de la revelación
2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el
misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo,
Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen
consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios
invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con
ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía.
Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente
conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de
la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por
las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el
misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la
salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un
tiempo mediador y plenitud de toda la revelación
Preparación de la revelación evangélica
3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres
testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de
la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros
primeros padres ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la
esperanza de la salvación, con la promesa de la redención, y tuvo incesante
cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la
salvación con la perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham
para hacerlo padre de un gran pueblo, al que luego instruyó por los Patriarcas,
por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios único, vivo y
verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al Salvador
prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino del
Evangelio.
En Cristo culmina la revelación
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
"últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es
decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre
ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho
carne, "hombre enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo
la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al
cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con
palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y
resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del
Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino
que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la
muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca
cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa
manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim., 6,14; Tit.,
2,13).
La revelación hay que recibirla con fe
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que
el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el
homenaje del entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente a la
revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios,
que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve
el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la
suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia de la
revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente
la fe por medio de sus dones.
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los
eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para
comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la
inteligencia humana".
Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas,
puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana,
partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a Su revelación
"el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razón
humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza y sin error alguno,
incluso en la condición presente del género humano.
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CAPITULO II
TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
Los Apóstoles y sus sucesores, heraldos del Evangelio
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación
de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a
todas las generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación
total del Dios sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el
Evangelio, comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por
los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de
toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue
realizado fielmente, tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral
comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían recibido por la palabra,
por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían aprendido por la
inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones
apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje
de la salvación.
Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la
Iglesia, los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles
su propio cargo del magisterio". Por consiguiente, esta sagrada tradición y la
Sagrada Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia
peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le
sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo
especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos
por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos
mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que
han aprendido o de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que
se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles
encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente
su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto
perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que
cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la
asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las
cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de
los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que
experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la
sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la
Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la
verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta
tradición, cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia
creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los
libros sagrados, y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a
fondo y se hace incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en
otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu
Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la Iglesia, y por ella en
el mundo, va induciendo a los creyentes en la verdad entera, y hace que la
palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (cf. Col., 3,16).
Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura
9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente
unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se
funden en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es
la palabra de Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del
Espíritu Santo, y la Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de
los Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el
Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden
fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se sigue que
la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de
todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un
mismo espíritu de piedad.
Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el Magisterio
10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo
depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este
depósito todo el pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los
Apóstoles y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del pan y en
la oración (cf. Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran
estrechamente en la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe
recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o
transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya
autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente,
no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que
le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo
la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este
único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios
que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el
Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están
entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro,
y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.
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CAPÍTULO III
INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA
ESCRITURA Y SU INTERPRETACIÓN
Se establece el hecho de la inspiración y de la
verdad de la Sagrada Escritura
11. Las verdades reveladas por
Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por
inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica,
tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento
con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia.
Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó
usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y
por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe
tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de
la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios
quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, "toda
la Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para
corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto y equipado para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la
manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que
El quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar
realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que
atender a "los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa
de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético,
poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete
investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada
circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros
literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor
sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a
las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los
tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el
trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo
Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos
sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de
toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la
Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas
reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura,
para que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por
que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está
sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio
divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios.
Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y
la santidad de Dios, la admirable "condescendencia" de la sabiduría eterna,
"para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de
palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza". Porque las
palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla
humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la
debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.
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CAPÍTULO IV
EL ANTIGUO TESTAMENTO
La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo
Testamento
14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo
el género humano, con singular favor se eligió un pueblo, a quien confió sus
promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham y con el pueblo de Israel por medio
de Moisés, de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido
como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los
caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los
entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió
ampliamente entre las gentes.
La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los
autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del
Antiguo Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un
valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue
escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras
estemos firmes en la esperanza" (Rom. 15,4).
Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos
15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para
preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de
Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. mas los libros del Antiguo
Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las
formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la
condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación
establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas
imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera
pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos
libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se encierran
sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del
hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el
misterio de nuestra salvación.
Unidad de ambos Testamentos
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas
tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo
está patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su
sangre, no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en
la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el
Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.
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CAPÍTULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
Excelencia del Nuevo Testamento
17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que
cree, se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del
Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el
Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y
palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y
con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí
mismo, El, el único que tiene palabras de vida eterna. pero este misterio no fue
descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos Apóstoles
y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio, suscitaran la
fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los
escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.
Origen apostólico de los Evangelios
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo
Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que
son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro
Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen
origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo,
luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos
nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en
cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Carácter histórico de los Evangelios
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los
cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican
fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó
realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo.
Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus
oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la
luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro
Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la
condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera
que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron,
pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes
"desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que
conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).
Los restantes escritos del Nuevo Testamento
20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene
también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la
inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de
Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su
genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, y
se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su
gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les
envió el Espíritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa
(cf. Jn., 16,13).
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CAPÍTULO VI
LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA
IGLESIA
La Iglesia venera las Sagradas Escrituras
21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el
mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los
fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo,
sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera,
juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que,
inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente
la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las
palabras de los Profetas y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la
misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella.
Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor
a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra
de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe
para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.
Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la
palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la herencia a todos
los que han sido santificados".
Se recomiendan las traducciones bien cuidadas
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso ala Sagrada
Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como suya la
antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y
conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo
la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de Dios debe estar siempre
disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten
traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos
primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con
el beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la
colaboración de los hermanos separados, podrán usarse por todos los cristianos.
Deber de los católicos doctos
23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el
Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse, de día en día, a la más profunda
inteligencia de las Sagradas Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a
sus hijos con la divina enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente
el estudio de los Santos Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las
Sagradas Liturgias.
Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, aunando
diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo
la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma
que el mayor número posible de ministros de la palabra puedan repartir
fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la
mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el
amor de Dios.
El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios
bíblicos, para que la obra felizmente comenzada, renovando constantemente las
fuerzas, la sigan realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia.
Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología
24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra
escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se
robustece firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe
toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras
contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de
Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el
alma de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la
predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es
preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre
saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.
Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de
Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente
al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y
con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y
superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que
debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.
De igual forma el Santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los
cristianos en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime
conocimiento de Jesucristo", con la lectura frecuente de las divinas Escrituras.
"Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo".
Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada
Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por
instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación o el
cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas
partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada
Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El
hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.
Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica, instruir
oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los
libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios
por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las
explicaciones necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se
familiaricen sin peligro y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se
penetren de su espíritu.
Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas
convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus
condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier
estado divulgarlas como puedan con toda habilidad.
Epílogo
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra
de Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la revelación, confiado a la
Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la
Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio
Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la
acrecida veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is.,
40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución Dogmática han
obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud
de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables
Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y
mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica
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