Duerme hijo mío. Mira, entre las ramas está dormido el viento; el tigre en el flotante camalote, y en el nido los pájaros pequeños; hasta en el valle duermen los ecos.
Duerme. Si al despertar no me encontraras, yo te hablaré a lo lejos; una aurora sin sol vendrá a dejarte entre los labios mi invisible beso; duerme; me llaman, concilia el sueño.
Yo formaré crepúsculos azules para flotar en ellos: para infundir en tu alma solitaria la tristeza más dulce de los cielos; así tu llanto no será acerbo.
Yo ampararé de aladas melodías los sauces y los ceibos, y enseñaré a los pájaros dormidos a repetir mis cánticos maternos... El niño duerme, duerme sonriendo.
La madre lo estrechó; dejó en su frente una lágrima inmensa, en ella un beso, y se acostó a morir. Lloró la selva,
y, al entreabrirse, sonreía el cielo.
(Del Canto Sexto del Libro Tercero)
Juan Zorrilla de San Martín
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